Presentación de la novela erótica de Walter Garib

En la biblioteca Santiago Severín de Valparaíso se presentó el 18 de junio de 2015, la novela erótica “Alcobas licenciosas” de Walter Garib, a cargo de la periodista Loreto Soler.

“Alcobas licenciosas”: mentiras muy bien contadas

En la presentación que realizó Jaime Hales del libro, a comienzos de este mes en Santiago, se preguntaba por qué escribimos relatos eróticos? La respuesta que él dio es que “sabemos el goce que produciremos en los lectores, que tratarán de identificarse con los protagonistas, ya que a ellos les gusta leer lo que les gustaría experimentar”.

Pero, porque esos relatos encantan ¿pura realidad? ¿Pura fantasía? ¿O una mezcla de ambas?

La literatura, es el arte que utiliza como instrumento, la palabra. Este arte, dirige sus esfuerzos a profundizar en la paradójica naturaleza de los seres humanos.

Los escritores, entonces, a través de la observación, conversación, meditación se han transformado en los grandes mentirosos que, a través de sus relatos, nos introducen en la complejidad de nuestra naturaleza ya que nos llevan a imaginar situaciones en las que podríamos estar envueltos, reales en su fantasía como es el erotismo.

La literatura erótica ha cruzado la historia de la humanidad. Si en el Renacimiento se celebraron los sentidos, con el siglo XVIII se impuso el amor galante donde lo que importaba era el refinamiento de la sensualidad.

Con la Revolución y el desarrollo del capitalismo, hay que amar el alma, no el cuerpo. Amar será reproducirse. El erotismo será parte del decorado social, será ritual cotidiano pero no orgía; desaparecen los baños públicos lugares de placer de los siglos XV y XVI y son sustituidos por las tabernas, los hipódromos, los cocktail parties y las fiestas juveniles. Monogamia y heterosexualidad se imponen.

El erotismo es la nueva galera del amor y aparentar felicidad es la gran invención del capitalismo. El erotismo de hoy está banalizado, es superficial, previsible y comercial en el peor sentido de la palabra.

Grandes escritoras como Silvina Ocampo, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Inés Arredondo, Sor Juana, entre muchas otras, son prueba de valentía, ya que han podido, a través de la literatura erótica, perturbar las ensoñaciones de muchos para acentuar el aliento transformador de su creatividad.

Ahora bien, en los relatos erótico hay una crítica que reivindica el placer y hacen del cuerpo un instrumento de la rebelión, un acto de insumisión contra los poderes, que no requiere de la exhibición de ninguna parte del cuerpo porque a través del lenguaje se le desnuda con la palabra.

Gracias al erotismo podemos obtener placer de ese acto incompresible que es la relación sexual en una pareja sino que además es de las maneras en que las personas vencemos esa soledad insondable en que tendemos a sumergirnos creando un vacío horroroso en nosotros y frente a los que nos rodean.

Al construir un relato erótico el escritor, en muchas ocasiones tiende a caer en lugares y lenguajes comunes, sin muchas variantes; terminándolos todos de la misma manera pero lo importante es ir leyendo como se avanza a ese final que aunque sabido, es esperado con ansias.

El escritor, tiene que lograr esa tensión con el lenguaje que Walter Garib maneja soberbiamente, colocándola en el momento justo, de manera progresiva hasta llegar al clímax de la acción sin caer en lo basto, en lo vulgar o en lo sucio.

El erotismo es ausencia y extrañamiento, una búsqueda de un más allá del sexo, la metáfora del amor en todas sus dimensiones, presente en toda pasión amorosa y si un texto literario perdura en la memoria es que está lleno de ella.

Eso si, el libro “Alcobas licenciosas” está lleno de pasión amorosa. Pero, entendamos bien que la pasión y del amor que Walter Garib pone al escribir sus novelas se revela en el cuidado que pone al escribir, con la riqueza de lenguaje que se presenta limpio y claro logrando que el lector se involucre en la trama del libro, promoviendo sus propias fantasías, suscitando, respuestas imaginativas despojadas de prejuicios.

Por otro lado, el sólido hilo argumental impide que se caiga en la banalidad o en la vulgaridad textual, dando a las historias una base firme, donde las distintas historias de los personajes nunca son iguales y como los relatos se presentan como supuestamente reales, el lector le presta más atención poniéndose en el lugar del personaje

Al igual que muchos escritores latinoamericanos, Walter escribe sin importarle el destino sus cuentos, porque este arte, se convirtió en una necesidad para él mismo, de pensar, de reflexionar sobre él y sobre el mundo que lo rodea y por momentos, podría ser la voz que nos ata a un pasado siempre exaltado con nostalgia, pero puede ser también la voz que nos permite conservar del pasado aquello que nos hace hoy lo que somos.

Esa capacidad de contar cuentos, debe haber sido heredada de sus ancestros palestinos aunque la tradición del cuento oral en el mundo oriental y occidental se remonta, al igual que todas las tradiciones orales, a un mismo tronco, a una fuente común a la necesidad de fantasía que tienen tanto niños como adultos; en explicar fenómenos inexplicables; en dar contenido a miedos innombrables o de escapar de realidades a veces no muy agradables.

Fantasear, inventar nuevos mundos, dejar volar la imaginación es algo consustancial al ser humano. Todos los pueblos de la Tierra, desde los tiempos más remotos, han tenido sus mitos, sus leyendas, sus historias, sus supersticiones.

Contar cuentos es una forma de dejar a un lado la razón, a veces tan pesada, tan estricta, y sustituirla por la fantasía, por la imaginación, mucho más libre, con menos trabas impuestas.

Tal como decía Juan Emar al preguntarse por la literatura: “Eres como todo, una cosa inventada por los hombres para entretenerse los unos a los otros, para engañarse haciéndose creer que eso es lo grande; para distraerse y no pensar en los misterios que nos envuelven, nos oprimen y nos ciegan…”.

Al acercarnos a las últimas páginas de Alcobas licenciosas, es posible sentir un nudo en la garganta, semejante al que tenemos cuando asoman los créditos finales de una película de la que nos hemos vuelto parte y sabemos que están por encenderse las luces de la sala de cine y regresarnos de golpe al mundo real.

En esos momentos, quisiéramos ir en busca de Walter y pedirle que nos cuente una historia. O que nos cuente otra vez su historia, sin importar si es verdad o mentira, pero seguros que estará bien contada.