1 Rostros
Con angustia, el actor pidió un rostro prestado a quien del público tuviese la gentileza de facilitarlo. Se hallaba impedido de salir a la calle, pues el suyo pertenecía a la obra.

2 Un señor excepcional
Fermín era perfecto. Y había razones para sostenerlo. Vestía a la moda; hablaba con la propiedad del académico; jamás disputaba con nadie; leía libros de superación personal y practicaba sus consejos. Aunque un sinfín de mujeres lo perseguían, amaba a una sola. Porque era religioso y de su religiosidad nadie dudaba, contribuía al mantenimiento de su iglesia, entregando el diezmo acostumbrado.
Era generoso hasta exagerar, pues tenía el bolsillo ancho. Por algo, los pedigüeños hacían su agosto cuando se encontraban con él. No le gustaba descuerar a nadie y calificaba a la maledicencia como uno de los hábitos más repugnantes.
Su sensatez era alabada sin reservas, y su nombre llegó a ser sinónimo de perfección. Hasta se escribieron libros para exaltar sus dotes de grandeza, y hubo quienes lo postularon para el cargo de Senador de la República, pero él se negó al ofrecimiento.
Cierta vez alguien lo acusó de informal. Desconcertado, empezó a resquebrajarse y a caer a pedazos al suelo, como si fuera un jarrón de porcelana.

3 Expresado por la doncella
¡Oh!

4 Último deseo
Para suicidarse cuando llegara a viejo, Diógenes del Carrillo, el pintor de tendencia ingenua y cuyas obras se venden en onzas de oro, compró un revólver y lo guardó en el ropero de su pieza. Ahí estuvo el arma largos años a la espera del día y la hora precisa en que fuese a cumplir su determinación.
Como es usual en todo hombre, le llegó la senectud. “Ya es tiempo de suicidarme” sentenció, al observar sus manos marchitas y temblorosas que ya no le permitían pintar. Abrió el ropero y se hizo del revólver. El contacto del frío metal, en vez de amilanarlo, le dio coraje. Apoyó enseguida el cañón en su sien, contó hasta tres y oprimió el gatillo. El arma no pudo funcionar. Había envejecido junto con él.

5 Historia en negro
Durante la noche y por largas cuadras, el detective siguió al hombre de negro. Deseaba saber hacia dónde se dirigía. Si el hombre de negro apuraba el paso, el detective hacía lo mismo; si disminuía su andar el detective lo imitaba. La persecución demoró horas por callejas oscuras e intrincadas donde era fácil extraviarse.
Cuando el hombre de negro desapareció al doblar una esquina, el detective lo empezó buscar con insistencia. Miró al frente, a los lados e incluso atrás y, por último, al cielo, por si se hubiera transformado en cuervo.

6 Belleza incomparable
Nunca había existido en aquella ciudad, desde su fundación, una mujer más hermosa. Cuando paseaba por el parque, los transeúntes se detenían a admirarla. Si iba a misa, el sacerdote debía hacer denodados esfuerzos para que los feligreses no se distrajeran, contemplándola durante la prédica. Y si concurría a una fiesta, todos trataban de hablar o bailar con ella.
Ante el clamor popular, el alcalde ordenó hacerle un monumento para adornar la plaza principal de la ciudad. A partir de ese día, nadie quiso saber más de la mujer hermosa.

7 Disparate
Entraba por la puerta de salida y salía por la puerta de entrada, y nunca se explicó la razón del equívoco.

8 Perplejidad
El filósofo, al salir por la puerta de entrada, después de haber entrado por la puerta de salida, se pregunta si estuvo en el lugar correcto.

9 Música y ajedrez
Mientras Leonardo del Carpio escuchaba cantar a Luciano Pavarotti “Questa o quella” de Verdi, se presentó en su casa de los arrabales de Madrid, un sujeto que aseguró ser pariente lejano.
Después de mostrar una fotografía familiar a modo de acreditación, dijo venir desde muy lejos para conocer a la persona más famosa de la familia.
-Tu fama, querido Leonardo -agregó el visitante- ha recorrido el mundo entero, y yo no podía resignarme a no conocerte.
Leonardo agradeció el cumplido, pero dijo ignorar de qué fama le hablaba, pues él era hombre de hábitos sencillos, amante de la música y se ganaba la vida vendiendo libros usados y una que otra antigüedad.
El pariente esbozó una sonrisa extraña, y comentó que le habían advertido que esa iba a ser la respuesta de Leonardo, de quien se decía era el inventor de una diabólica apertura de ajedrez.
-Hemos sabido -dijo el visitante- que ninguna persona te ha podido ganar hasta ahora cuando la juegas, y yo quiero medirme contigo, para conocer sus bondades.
Leonardo del Carpio accedió a los ruegos del pariente, en momentos que el viento empezaba a mugir y Pavarotti cantaba “La donna e móbile”.
Los jugadores se acomodaron frente al tablero de ajedrez. Impertérrito, Leonardo hizo la primera movida de su invencible apertura y su rival respondió de inmediato.
Con rapidez se fue desarrollando la partida, hasta que Leonardo reparó que su adversario había sorteado todas las trampas y sutilezas de su juego, hasta el extremo de tenerlo al borde del mate.
-¿Quién eres tú, en realidad? -preguntó Leonardo, después de haber inclinado el rey.
El visitante se limitó a decir que debía regresar de inmediato a su hogar y se marchó en silencio. A esa hora se había desatado una tormenta, y Luciano Pavarotti cantaba un aria de “Mefistófeles” de Arrigo Boito.

10 El coleccionista
Desde pequeño comenzó a sentir atracción por coleccionar hojas de diferentes árboles, que con los años se convirtió en pasión, poniéndolas entre las hojas de los libros. Al final de su vida, llenas las hojas de hojas, no pudo distinguir las unas de las otras.
11 Ejemplar
Para demostrar su respeto a la diversidad, el gato vivía con los canarios.. Un día las avecillas, en reciprocidad, decidieron enseñarle a volar.
Parecerá un asunto increíble, pero el caso es real. De lo contrario, esta historia no habría sido narrada.

12 Advertencia
Desde un tiempo, quienes se aventuraban a entrar al único callejón sin salida de la ciudad, desaparecían. Alerta a todo, el burgomaestre decidió poner allí un cartel de advertencia: “Sólo sirve para salir”.

13 Desde el más allá
Mi amigo Sapiaín Iconoclasta, presidente del Círculo de los Rosacruces de la ciudad, me obsequió un teléfono antiguo, para que lo pusiese de adorno en la biblioteca.
-Siempre has soñado tener un teléfono antiguo -me dijo y se marchó de viaje a un lugar que no quiso revelar.
Aunque el aparato estaba algo deteriorado, todavía conservaba su dignidad. Llevaba a lo menos 75 años sin funcionar, pero igual le di un destino de privilegio. Lo coloqué por capricho encima del escritorio, abarrotado de diccionarios y demás libros de consulta.
El artefacto llegó a complicar mi vida. Estaba a todas horas frente a mis ojos y parecía que de pronto iba a sonar la campanilla. A veces creía sentirla, pero advertía que sólo se trataba de una fugaz ilusión; entonces volvía a mi trabajo.
Un día, mientras revisaba una carta del poeta indio Rabindranath Tagore, dirigida a un tal von Pochammer -escrita en Visva-Bhariti el 13 de diciembre de 1925- el teléfono repiqueteó. Estaba en línea el poeta, quien dijo hablar desde el más allá, para darme la dirección a donde le podía escribir.

14 Amor desorbitado
Amo a una mujer de ojos de hurí, bella como el lucero de la mañana, a quien diviso a menudo cruzar el Parque Japonés. La sueño una y mil veces, como si fuese la razón última de mi vida.
Sin poderme resistir, la abordo cierto día y le declaro mi amor, a esas alturas convertido en pasión. Pese a la sinceridad de mis palabras, ella dice amar a otro, cuyo nombre es igual al mío. Aunque por último le hago saber esta feliz coincidencia para doblegarla, prefiere mantenerse leal a mi homónimo y se marcha sin dar otra explicación.
En la noche, al encontrarme con mi amada Beatriz en el Parque Japonés, dice que un sujeto le declaró su amor, quien aseguraba llamarse igual a mí.

15 Un sueño perverso
Todas las noches, Belisario sueña que asesina a su amada Alejandrina. Apenas despierta, la encuentra dormida junto a él. Entonces, lo invade una tranquilidad beatífica y se alegra de que sólo se ha tratado de un mal sueño.
Y piensa que, de seguir soñando aquella situación atroz, enloquecerá. La reiteración del sueño muy bien lo puede llevar a cometer una insensatez. Una mañana al despertar, Alejandrina no está junto a él, pero sí la policía.
16 El comienzo del principio
Nada a sus regaladas anchas. No sabe de otras situaciones relativas a su existencia, aunque esto no parece esencial. Sólo cuando su madre le habla, se entera que está en el útero.

17 Vanidad uno
Le gusta mirarse al espejo. Disfruta de su juventud, del color de sus ojos azules, de la sedosidad de la cabellera rubia y del hermoso perfil, que a muchos les recuerda al David de Miguel Ángel. ¿Qué más puede aspirar alguien como él? Como día a día envejece, se mira en el espejo de cuando sólo tenía veinte años.

18 Vanidad dos
Le gusta mirarse al espejo. Disfruta de su juventud, del color de sus ojos azules, de la sedosidad de la cabellera rubia y del hermoso perfil, que a muchos les recuerda al Moisés de Miguel Ángel. ¿Qué más puede aspirar alguien como él? Como día a día envejece, se mira en el espejo de cuando sólo tenía noventa y nueve años.

19 Tenis de fin de siglo
Los tenistas que van a disputar la final de la copa Chile, se enfrentan en el estadio de Pirque, ante una multitud delirante. Uno de ellos juega con pelotas blancas cuando le corresponde servir, y el otro con pelotas negras.
Desde la inauguración del estadio jamás había sucedido algo así, pero en nuestra época, son normales hechos de esta naturaleza: en un momento del partido, ambos deciden intercambio de pelotas, para no ser acusados de racistas.

20 Legitimidad
Una avispa que desde hacía rato buscaba una víctima, quiso picar a quien estaba en silla de ruedas. El inválido, al observar la intención del insecto, lo despachurró con un matamoscas.
¿Es legítimo usar un matamoscas para liquidar a una avispa? Parece que sí, pues aún no se ha inventado el mataavispas.
21 Crimen ideal
Aficionada a la literatura policial, la joven actriz, decidió leer a Edgard Allan Poe. Antes de echarse a dormir, leía uno o dos cuentos del genial yanqui, y aun cuando quedaba algo aterrorizada, sentía un grato placer morboso. Era más excitante que actuar en el teatro.
Tanto se posesionó una noche del argumento de uno de sus relatos, “The Murders in The rue Morgue”, que amaneció empapada en un charco de sangre.

22 Tedio
Fastidiados de ser siempre los mismos, porque deben cumplir al pie de la letra lo escrito por sus creadores, los personajes de los libros deciden incendiar la Biblioteca de Alejandría.

23 El maestro
Porfirio Hermoso, el novelista por excelencia de Chile, editó un libro donde recomienda cómo escribir una novela de éxito. En 2.330 páginas de apretado texto, con prólogo de un conocido escribidor de novelas, explica la forma de abordar el tema. En el epílogo dice: “Por favor, amable lector; no siga ninguno de mis consejos. Al final, terminaría escribiendo tal cual lo hago yo, y no es mi deseo tener tan innobles competidores”.

24 El ocaso de cada uno
En una habitación de la clínica para enfermos mentales, el dictador esperaba abrumado el veredicto de la justicia. Se iba a decidir si sería o no extraditado. Permanecía allí desde hacía meses en calidad de detenido, aunque trataba de imaginar que se recuperaba de una operación a la columna.
Aunque podía circular a sus anchas por la pieza, se quedaba sentado en un sillón Luis XV, que le habían regalado sus admiradores. Así, dejaba transcurrir las horas, casi sin separar la vista de un amplio ventanal, por donde entraba la luz del día.
A veces hojeaba un libro, una revista cualquiera, pero debido a una antigua enfermedad a los ojos, abandonaba rápido su afición. Decía dormitar, no obstante sus pensamientos estaban prendidos del recuerdo de cuando era amo absoluto de su país, y se jactaba de que ninguna hoja se movía sin él saberlo.
Cuando el Big Ben de la Torre de Londres anunció las 2 de la tarde, le comunicaron que el veredicto le había sido adverso. Cogió enseguida una pistola que escondía bajo el cojín del sillón e hizo varios disparos a su retrato al óleo, donde lucía el uniforme de capitán general, que había sobre el respaldo de la cama.
Después se persignó, como buen cristiano, para manifestar su pésame por la muerte de aquel hombre.

25 Escritor de nada
Cuando agonizaba el famoso escritor Aldebarán del Hoyo de la Pasión, llamó a un amigo para decirle que todas sus novelas, fueron escrito por su colega Ildefonso Amoratado, y lo autorizaba a revelar el hecho.
Al morir del Hoyo, su amigo refirió en los café de la ciudad lo que éste le había dicho, pero Ildefonso Amoratado se apresuró a desmentir la historia. Y aclaró que sólo había servido de intermediario.
Las novelas, según dijo, las había escrito Dagoberto Ignominia. Preguntado Ignominia sobre el asunto, manifestó que él también había actuado de intermediario y que, en realidad, las novelas pertenecían a un tal Inocencio de la Pluma.
A su vez, Inocencio de la Pluma declaró ser instrumento de Ignominia. Si era preciso decir la verdad, acusaba al propio Aldebarán del Hoyo de haber escrito sus propias novelas. Y que había inventado toda esa ridícula trama, porque no podía morir con la idea de saberse tan mal escritor.

26 Marca
Al despertar, ve una enorme araña sobre su desnudo antebrazo. Se inquieta; sin embargo, como hay una palmeta al alcance de su mano, le da un certero golpe y plaf, la despachurra. Desde ese día luce en su antebrazo el tatuaje de una araña.

27 Al revés de la trama
En ese país todo funciona al revés. Los honrados roban a los ladrones. Ninguno de los políticos habla estupideces y leen buena literatura. Los artistas no son vanidosos y la calidad de sus trabajos no admite discusión. Los militares, abominan de la guerra y funden cañones para hacer arados. Las prostitutas se entregan sin cobrar un céntimo, y terminan casándose con hombres de bien.
Ningún juez prevarica. Nadie de la policía es corrupto y les gusta ayudar al pueblo; y si hay huelga de estudiantes, encabezan las marchas de protesta. A la universidad llegan de todos los estratos sociales. Y para completar este cuadro de dichas, los empresarios pagan salarios justos y se privan de disfrutar de la vida, en beneficio de sus trabajadores.
Cuando alguien critica el sistema, lo acusan de reaccionario.

28 Diligente
Ante un descuido de su madre, el pequeño se tragó la llave para dar cuerda al reloj despertador. Llevado de urgencia al hospital, le hicieron una radiografía. En el estómago tenía el reloj.

29 Porfía de un niño
Un niño persigue a un gato por el jardín de la casa, y como el felino emprende el vuelo, el pequeño lo imita.

30 Destino
De madrugada, Obdulio ve llegar el tren que viene desde Puerto Montt. Como no aparece a quien ha ido a esperar, se sienta en una banca y aguarda. Despreocupado por el revés, despliega un diario y se pone a leer. Arriba otro tren al cabo de una hora y desciende una mujer, la que se acerca a él, para indagar si la aguarda a ella.
Ante la pregunta, Obdulio decide marcharse en el próximo tren, pues el destino ha dicho otra cosa.
31 Visita inapropiada
Se presenta en mi casa un fulano a quien no conozco, y pide hablar conmigo. Después de identificarse como profesor de geometría, dice:
-Usted con los años, mi amigo, ha perdido frescura y no dispone de la chispa de otras épocas. En bien de la literatura, por favor nunca más vuelva a escribir.
Respondo que no estoy de acuerdo, pues creo escribir tal como hacía antes, y para corroborarlo, le muestro este cuento. El hombre, después de leerlo en silencio, vuelve a insistir en su consejo, al comprobar que es aburrido.
-Tiene usted razón, mi amigo -le expreso- y he decido destruirlo.
Junto con las cuartillas, lo arrojo a la basura.

32 Despistado
El poeta vivía desde hacía tiempo en la buhardilla de una vieja casona del barrio Recoleta de Santiago. Siempre llegaba de noche a escribir un libro que nunca podía terminar. Una noche, al subir hasta su pieza, se enteró que la casona había sido demolida.

33 Noticia macabra
En la mañana lee su propio nombre en la lista de defunciones del periódico. Puede ser un alcance de nombre o una broma de mal gusto, supone, pero se entera que son sus parientes quienes han puesto el aviso. Y para no contrariarlos, se suicida.

34 Conveniencia
Aburrido el seminarista de leer todos los días y durante meses “La paciencia se acaba”, pregunta con majadera insistencia en la biblioteca del monasterio por otro libro. El encargado le recomienda “La paciencia se acaba”.

35 Insomnio
Ante el temor de morir mientras dormía, Josué decidió quedarse despierto. Así, por años no quiso dormir ni la siesta, pero un día no pudo evitar el sueño. Soñó que estaba vivo, entonces despertó feliz. Había por fin logrado derrotar el extraño embrujo. Al comprender que estuvo equivocado tanto tiempo, decidió quedarse dormido para siempre.
36 Precavido
A menudo el alcalde va a la cárcel del pueblo para que lo encierren por una breve temporada. Todos admiran su determinación en un país donde la corrupción alcanza a cualquiera. Como él muy bien sabe que tarde o temprano será objeto de un soborno, ya habrá cumplido parte de la condena.

37 Monotonía
Todos los días, Rafael del Ajedrez realizaba sin variación el mismo recorrido, desde el trabajo a su casa y viceversa. Hasta las piedras del camino le eran familiares. Conocía el trayecto como la palma de su mano. Cuando decidió modificarlo, no supo distinguir de dónde salía y a dónde llegaba.

38 Visita de cortesía
Al despedirse Lautaro Siempre Discreto de la esposa de su noble amigo Epifanio Cortés, quien estaba enfermo de gravedad, le manifestó:
-Como Epifanio va a morir, querida amiga, desde ahora le expreso mi más sentido pésame.
La esposa sonrió agradecida, y dijo que personas precavidas como él, no suelen verse en nuestro tiempo.

39 La excitante vida diaria
De madrugada, Rafael, en su calidad de periodista debe presenciar el fusilamiento de un poeta que se negó a escribir odas elogiosas al dictador. Una hora después, desayuna con un general degradado por traición a la patria. Asiste enseguida al velorio de un amigo. Al mediodía, su amante lo invita a comer. En la tarde, va a un bautizo, luego a una exposición de pinturas del siglo XVIII, y cuando comienza a anochecer, concurre a una boda. Cerca de la medianoche juega ajedrez con un vecino y, antes de acostarse, escucha a Vivaldi.
En medio del ajetreo diario, dispone del tiempo necesario para dar una charla en la universidad sobre estructuralismo en literatura. Además, escribe artículos en revistas internacionales y lee varios capítulos de novelas que le han enviado desde distintos países. Entre sus quehaceres bebe café en compañía de escritores y periodistas, sin dejar de responder una nutrida correspondencia.
Cerca de las tres de la madrugada, extenuado de tanto trajinar, se acuesta junto a su silla de ruedas.

40 Juego de azar
Desde hace años, para distraer su ocio de jubilado, Miguel Rubilar juega el mismo número de la lotería. Cada miércoles lo pasa a recoger a la cigarrería del barrio. Lo guarda en un lugar secreto y nunca lo revisa. Si obtiene el premio mayor, no habría motivo para volver a jugar.
41 Razón primordial
En busca de la explicación de la vida, ocupó toda la muerte.

42 Estilo profesional
Desde la más remota antigüedad los médicos se han esmerado en matar a sus pacientes, pero éstos sobreviven a tanta diligencia. Los escritores, en cambio, se esfuerzan por darle vida a sus personajes, aunque muy bien saben que con el tiempo, unos y otros mueren en el más absoluto olvido.

43 Magnífica escena de amor
La mujer dice a quien desea que la ame:
-Esta noche, mi vida, te esperaré ansiosa en mi piso. Desde hace días no he podido dormir pensando en tus maravillosas caricias. Por favor, ven a complacer mis deseos de hembra.
Y agrega a reglón seguido:
-Pero no sé si voy a estar.

44 Crimen perfecto
Obsesionado Emaud con matar a su esposa Minerva, se empecinó en utilizar el mejor método. Pensó envenenarla, pero la policía, con sólo examinar el cadáver, encontraría las pruebas del crimen. No le pareció malo llevarla a pasear en automóvil y luego desbarrancarla, mas lo desestimó por vulgar. ¿Y si la arrojaba al mar, mientras paseaban en lancha? Ahí recordó que ella era una eximia nadadora y podría sobrevivir.
También pensó contratar un sicario, pero éste podría coludirse con Minerva para asesinarlo a él. Debía, entonces, buscar un sistema peculiar, jamás ideado por nadie en la gloriosa tradición de los más famosos homicidios cometidos en la historia, a partir de la torpeza de Caín.
Un día, Minerva le pidió que la acompañara al cementerio. De mala gana accedió. Mientras avanzaban por una ancha avenida flanqueada de cipreses, a Emaud le pareció pertinente asesinarla en el mismo camposanto. Ahí se hallaba el sitio más conveniente para cometer el homicidio.
Nadie conocido los había visto y la familia suponía que Minerva había ido a hacer las compras de almacén, pero ella en realidad deseaba visitar en secreto la tumba de su madre, al cumplirse un nuevo aniversario de su muerte.
Al abrir Minerva la reja del mausoleo familiar, Emaud pudo ver que la tumba de su suegra tenía una grieta, producto del hundimiento del terreno. La alegría volvió a su expresión de falsa congoja. No se frotó las manos, dominado por la prudencia. Por ahí cabía una persona, y así lo pudo verificar su esposa cuando al asomarse, comentó que se veía el ataúd de su madre. Fueron sus últimas palabras.
Durante largos años, la policía investigó sin resultados la misteriosa desaparición de la esposa de Emaud, pero el caso perdió vigencia, como es costumbre en nuestra sociedad. Cuando ya nadie hablaba de la desaparición de Minerva, la policía detuvo a Emaud, tan pronto como éste tuvo la fatal ocurrencia de publicar esta historia en la Revista La Pluma del Ganso.

45 Comparación
Tristán Villano, acaso el avaro más avaro de la república, amaba el dinero tanto como a su propia vida. Desde pequeño su afán desmedido por adquirir riquezas para atesorarlas, no le permitía un sólo instante de tranquilidad. Justificaba su conducta por temor a la pobreza, pues sus padres habían muerto en la miseria. “Yo no quiero sufrir penurias como ellos” alegaba, y seguía en su obsesión acumulativa.
De tal suerte, atesoraba joyas, monedas de oro, billetes de banco y piedras preciosas en un fudre. Apenas comía por economizar. Un día, mientras revisaba el tonel -casi el doble de su estatura- cayó de bruces a su interior.
Cuando quiso salir, las riquezas acumuladas no le servían para alcanzar el borde.
46 En el Hipódromo
Esa tarde debían participar nueve caballos en una de las carreras del Hipódromo Chile. Al llegar la hora, sólo había un ejemplar en el punto de partida. Los otros, por diversas razones, habían sido retirados. Para resolver la situación, el juez de partida decidió que el caballo corriera solo, siempre que fuese montado por todos los jinetes.

47 Péndulo mortal
Una quiromántica le recomendó a Tadeo Balsamí que, por precaución, detuviese el reloj carillón de su casa aquella medianoche, antes de que diera las doce campanadas. De lo contrario, podía morir a esa hora.
Quince minutos antes de la hora fatal, Tadeo entró a la sala donde estaba el carillón. Se sentó en la poltrona donde acostumbraba y se puso a observarlo, como quien desea ver transcurrir el tiempo ocioso. Como hacía frío, había encendido la estufa a gas.
Aquel reloj, que estaba en la casa familiar desde hacía varias décadas, le traía el ingrato recuerdo relacionado con la muerte de su padre. Había escuchado decir que se detuvo justo cuando expiró. Desde esa fecha, el reloj se convirtió para Tadeo Balsamí en un objeto excitante, cuya marcha siempre debía estar asegurada.
Como amaba el peligro, decidió detenerlo un minuto antes de las doce, aunque no parecía muy convencido de lo expresado por la adivina. A veces, la tildaba de charlatana, pero siempre le quedaban dudas y terminaba por creerle.
Escuchaba el tic-tac como si alguien martillara un trozo de metal junto a su oreja. Y a medida que se acercaba la hora anunciada, sentía una sensación de incertidumbre, como si tuviera un revólver, para dispararse en la boca.
En un momento, sintió aullar a Rex el perro guardián. Supuso que aquella voz triste podía ser una señal inequívoca de advertencia, ante la proximidad de la muerte. Incluso su gato persa regalón daba maullidos lastimeros y se paseaba por la sala, buscando por donde salir al patio.
Sin casi pestañear, veía avanzar las manecillas del reloj en su inexorable marcha, mientras el péndulo, ajeno a todo, seguía su cadencioso vaivén. Nunca se sabe lo que depara el destino, y detener el reloj uno o dos minutos antes de la medianoche, podría ser una insensatez, pero nunca una falta de precaución.
Por seguridad, tenía en el bolsillo la llave del reloj, la que palpaba por encima del pantalón. Faltaban escasos tres minutos, cuando decidió actuar: le bastaba estirar la mano, para detener la marcha del péndulo.
Así, dejó transcurrir otros dos valiosos minutos, mientras llegaba a su olfato un extraño olor a flores podridas. Pensó una ridiculez y quedó aún más pensativo. ¿Era el anticipo de la presencia de las coronas que iban a llegar a casa, si moría? Desestimó la idea por estúpida. Creía que el asunto de su eventual muerte había llegado demasiado lejos. Quizá el olor nauseabundo provenía de las alcantarillas de la ciudad, a menudo colmadas de inmundicias.
Cuando faltaban 45 segundos para que el reloj carillón anunciara la medianoche, detuvo el péndulo. El tiempo, gracias a una oportuna determinación suya, estaba congelado, sin ninguna posibilidad para perjudicarlo. Se removió en la poltrona y con aire de triunfo miró su obra.
Por fin la experiencia había concluido y sintió una grata placidez. Luego, pensó en lo estúpido de su reacción, al creer la patraña de la adivina. Esa mujer lo había obligado a hacer el ridículo en varias ocasiones, y él en forma torpe se entregaba a ello. Bueno, ahora se aprestaba a seguir viviendo sin temor a nada.
Mientras sonreía, sacó un cigarrillo de su petaca. Al momento de encenderlo, justo a las doce de la noche, se produjo una explosión pavorosa, y cayó fulminado. Había dejado abierta la llave de la estufa a gas.

48 Fatalidad de caminante
A causa de una parálisis en las piernas, el más famoso andariego del país, terminó en silla de ruedas. ¿Acaso había nacido para quedarse quieto, sentado para siempre en un artefacto para discapacitados? Como no podía permanecer ni un segundo inmóvil, se le ocurrió caminar en las manos.
Lo intentó infinitas veces, pero no podía mantener el equilibrio y sólo conseguía un agudo dolor de cabeza. Además, perdía la noción de la distancia, y sus desplazamientos se remitían a las estrechas dimensiones del cuarto.
En el colmo de su desesperanza se le ocurrió reptar como culebra, después de haber ensayado distintas formas para vencer su odiosa inmovilidad.
De tanto practicar por meses, y dominado por un fervor irresistible, pudo desplazarse un buen trecho. Así, llegaba más y más lejos, hasta que creyó haberse liberado de la maldita silla de ruedas. Al salir una mañana a reptar por los alrededores del pueblo tal si fuese una culebra, se lo tragó un águila.

49 Ojos
El fornido y taciturno Aníbal era el hazmerreír de sus compañeros de escuela, pues tenía dos ojos. Sólo se consolaba al ver que sus padres no eran cíclopes.

50 Nadador
Creía ser un eximio nadador. Por algo Sebastián Albarracín había ganado medallas de oro en certámenes internacionales. Y para demostrar su habilidad, decidió cruzar el frío Estrecho de Magallanes, sin importarle los riesgos de la mar.
Nadó sin contratiempo durante una hora embadurnado en aceite, pero un súbito calambre al estómago le impidió alcanzar la otra orilla, cuando se hallaba a metros de cumplir su proeza. Se empezó a ahogar sin posibilidad alguna de conseguir socorro.
En medio de la desgracia, lamentó que su condición de eximio nadador quedara para siempre en duda.
51 Amor lunar
De tanto contemplar la luna, Artajerjes se enamoró de ella. Apenas la veía aparecer la mirarla embobado, y le preguntaba si quería casarse con él.
Como todos lo acusaban de ser un necio, y se reían de sus pretensiones tan ajenas a un ser humano, no quiso saber más de sus críticos y se fue a vivir al cielo con su amada.

52 La hora de la verdad
A las tres de la madrugada, quien fuera dictador de su país durante diecisiete años, incluido los domingos y festivos, fue despertado en su lecho.
-Lo vengo a notificar de su arresto -le dijo un oficial de la policía, y le puso las esposas.
El dictador, sorprendido por la inesperada intromisión, no supo si soñaba, o si venían a pedir permiso para fusilarlo.

53 Hermosa niña
Justo al mediodía, Ricardo Darién ve acercarse por la calle Ahumada a una muchacha bella como el crepúsculo. Su andar es tan sinuoso, que los transeúntes se detienen a contemplar el vaivén de sus caderas. Ricardo Darién no deja de admirar aquella divinidad, hasta que la joven se pierde entre la multitud.
-Debí seguirla. He sido un estúpido -se lamenta.
Minutos después, al verla venir de regreso, razona que no es lo mismo admirar a quien se aleja, que a quien se acerca.

54 Gentileza de varón
Víctor le obsequia a su amada Beatriz una rosa escarlata recién cortada. Ella retribuye la galantería con un beso apasionado en la boca, y enseguida, pétalo a pétalo, se come la flor. Él se pregunta si Beatriz exagera, o el hambre es más fuerte que el amor.

55 Razonamiento
Es bueno escribir extravagancias, si se quiere que algún día sean realidad.
56 Lector pertinaz
Siempre estaba hojeando libros a las horas más inverosímiles. Su pasión no tenía límite, pues no hacía otra cosa. Cualquiera podía pensar que se trataba de un sabio, o de quien ama la literatura por encima de su propia vida.
Creía que de tanto hojearlos, aprendería a leer, por mucho que fuese analfabeto.

57 Identidad
Aunque no fuera necesario, Perseverando se miraba a diario en el espejo. Cierta vez, descubrió que su expresión era la de una mujer.
-No soy yo- dijo alarmado, hasta que se dio cuenta que se miraba en el espejo de su esposa.

58 Esperar en vano
Guillermo, Yolanda, María Cristina y un cuentista inédito, acordaron invitar a almorzar al escultor Von Fach, quien exponía en la Biblioteca Nacional de Santiago. Había venido de Europa a mostrar su creación, y la crítica desde hacía meses hablaba de su trabajo. Sus amigos lo esperaron más de una hora, y como no aparecía, decidieron ir sin él hasta un restaurante del barrio Bellavista.
¿Qué motivos impidieron a von Fach asistir a la cita? ¿Había salido fuera de la ciudad en forma intempestiva o viajado a su país? Alguien del grupo comentó que era algo olvidadizo, y ahí se hallaba la causa de su ausencia.
Cuando regresaron a la Biblioteca, Von Fach estaba en la exposición. Al momento de hablarle, él no pudo explicar nada, pues era una de sus propias esculturas.

59 Ruidos extraños
De madrugada se escuchó el ruido de una explosión. Al cabo de unos minutos, las sirenas de las ambulancias y los bomberos se dejaron sentir en la principal arteria de la ciudad.
Una poderosa bomba había destruido hasta los cimientos del edificio donde funcionaba el Ministerio de la Guerra. Si se hubiera tratado del Ministerio de la Paz, el asunto habría sido un soberano disparate.

60 Geometría urbana
Él no sabía distinguir entre calles perpendiculares, diagonales y paralelas, porque no era fuerte en geometría. Si le hablaban de una dirección cualquiera y hacían referencia a la ubicación de la calle, no sabía cómo llegar.
Por esto, su vida se convirtió en un ir y venir por las calles circulares de la ciudad.
61 Trajes invertidos
Ezequiel se ponía un traje negro en la mañana y otro blanco en la noche. Como quería saber cual iba a ser la reacción de sus conocidos, un día invirtió el uso de sus trajes.
Quienes lo saludaban en la mañana le desearon buenas noches, y quienes lo hacían en la noche, le desearon buenos días.

62 Nocturno
Durante la noche, mientras los seis miembros de la familia dormían, se escuchó dentro de la casa un grito desgarrador pidiendo auxilio. Hubo carreras precipitadas por los pasillos buscando al autor. Se revisaron las piezas de arriba abajo, pero no había indicios de anormalidad. Hasta el perro regalón que dormía en la cocina, estaba tranquilo. Como no se pudo precisar de dónde venía el grito y quien lo dio, sus moradores convinieron que la familia había tenido una pesadilla.

63 Funeral
Desde hace tiempo, el cochero de las pompas fúnebres se niega a vestir de negro. Su tozudez preocupa al patrón. Y cuando le pregunta al cochero el motivo de tan extraña decisión, éste responde:
-Uno debe ir, señor, tal cual como llegará el difunto al cielo.
De esa forma explica, por qué conduce desnudo en el pescante.

64 Igualdad social
A la una de la madrugada, se inicia la fiesta de disfraces. A poco andar, la animación es enorme. Se ve bailar a Morgan, el filibustero, con la Reina Victoria de Inglaterra; a un paje con una condesa; a Julio César, el magnífico Emperador de Roma, con una sirvienta; a la Quintrala con uno de sus esclavos y al Zar Nicolás de Rusia con una aldeana de Siberia.
Tal vez a partir de esta fiesta memorable, terminen para siempre las odiosas diferencias sociales.

65 Andariego
Como le gustaba caminar, en las tardes recorría el vecindario. Así, llegó a conocer hasta el menor detalle de cada sitio. ¿Había razón valedera para insistir en sus paseos diarios?
-Me aburre pasear por caminos que conozco demasiado bien. Aunque la naturaleza no tiene porqué ser monótona, hay un orden en ella que perturba. Incluso sé donde está cada sendero de hormigas, los nidos de los pájaros y descansan las luciérnagas durante el día -le comentó una vez a su padre.
Y éste, para agradar al Hijo, cambió el eterno orden de la naturaleza.
66 Historia bíblica
Cuando Jehová expulsó a Adán y Eva del paraíso terrenal, les dijo:
-Todo tiempo pasado fue mejor.

67 Análisis militar
Desde hacía años, los ejércitos azul y rojo combatían sin darse tregua por la posición de un puente.
Los cadáveres esparcidos por doquier sembraban de horror el campo de batalla. Bandadas de buitres, al olor de la carne putrefacta, iniciaban sus vuelos de aproximación. Nadie socorría a los heridos. Debido a la fiereza del combate estaban casi destrozados, y parecía que ninguno fuese a sobrevivir.
Las trincheras, demasiado próximas, eran un buen antecedente para explicar el porqué de la enorme cantidad de bajas. Hasta se podían escuchar las exclamaciones de arenga de uno y otro bando, unidas a obscenidades y palabras de desprecio hacia el enemigo.
Cierto día, en medio del fragor de la batalla, un sargento azul se puso a agitar una bandera blanca, y ante el estupor de los combatientes, se rindió. Llevado hasta el coronel de los rojos, dijo haber desertado. Estaba seguro que su ejército sería vencido a causa de la pésima conducción. Y como le gustaba ser siempre victorioso, deseaba sumarse al enemigo.
El coronel, le preguntó:
-¿Qué le hace pensar, sargento, que nuestro ejército terminará por vencer al suyo?
-El coronel que nos dirige, señor, es hombre paradójico y amigo de la brujería. Antes de iniciar una batalla, consulta el horóscopo y se hace azotar por su ayudante, para que extraiga de su cuerpo los malos espíritus. Comprenderá que no se puede confiar en una persona así.
El coronel, sin reunir otros antecedentes, hizo fusilar de madrugada al desertor. No estaba en su ánimo escuchar críticas que dañaran la imagen de su adversario.

68 Rock
Asediado por cientos de admiradores, el cantante de rock no podía salir de su limusina de seis metros y medio de largo, para ingresar al teatro donde iba a actuar esa noche.
Como jauría desatada, los jóvenes daban aullidos, se arañaban el rostro, se contorsionaban bailando al ritmo de sus propios ruidos, y por su destemplada actitud, parecían estar en trance.
La limusina fue rodeada por los exaltados, como fieras en celo. Cuando el cantante por fin logró salir de la limusina protegido por sus guardaespaldas y la policía, los jovencitos empezaron a dar violentos empujones, en medio de una zafacoca irrepetible, hasta que lograron romper las barreras de seguridad.
Ahí, la batahola alcanzó su clímax. El cantante empezó a ser tironeado como presa de caza, y en menos de un minuto, fue despojado de la vestimenta. Felices, los admiradores huían con un trozo de camisa, del pantalón con lentejuelas, de los calcetines, del reloj de pulsera, de los eslabones de su cadena de oro, de sus zapatos de charol, y de los aretes que llevaba en la nariz y en las orejas.
Cuando quienes cuidaban al cantante se pusieron a buscarlo, después del caos general, sólo hallaron restos de un muñeco desarticulado.

69 Dolor de brazo
Hacía semanas, por no decir meses, Augusto Michimichi sentía un persistente dolor en el brazo derecho. Como no podía mover los dedos, su pasión de escritor se hallaba disminuida con riesgos de convertirse en permanente.
No encontró otro remedio más que escribir con la mano izquierda. Al pulsar las teclas de la máquina de escribir, equivocaba la ubicación de las letras, produciendo textos incomprensibles. Desde entonces, los editores se pelean sus novelas y los críticos hablan de la aparición de un genio.

70 Horror al blanco
Día a día se enfrentaba a la página en blanco, y como no tenía de qué escribir, cerraba el cuaderno después de haber sostenido durante largas horas, la pluma entintada entre los dedos. Así se le escurrió la vida como un soplo, sin haber podido escribir una sola palabra, hasta que murió de viejo. Había escrito en su único cuaderno de composición, el nombre, la fecha y enumerado las páginas.
Si usted no cree ni una palabra de esta historia y desea corroborarla, el cuaderno del frustrado escritor se encuentra en la Biblioteca Nacional de Santiago.
71 ¿Bien está lo que bien acaba?
Para mi amiga Z. B.
cuya pasión por mantenerse
pura, me ha obligado a ser prudente.

“La virginidad es un artículo -leyó la doncella en la comedia “Bien está lo que bien acaba” de Shakespeare- que almacenado va perdiendo lustre: cuanto más se guarda, más mérito pierde”.
A partir de ese día, la joven se propuso entregar su virginidad a quien se la solicitara, pues su ánimo estaba por reconocer la sabiduría del dramaturgo inglés sobre tan delicado tema.
Como era alegre y hermosa, los hombres se inhibían delante de ella y tartamudeaban, cuando la veían insinuarse. Quién sabe si la doncella -discurrían como pretexto- es el demonio disfrazado de mujer.
Con el tiempo, la joven descubrió que el camino elegido era equivocado, y esperó a que los hombres se manifestaran. Aquello parecía ser lo normal y así al menos lo recomendaba la tradición. Por desgracia, a través de este camino no vio ningún resultado. Su belleza deslumbrante parecía escollo insalvable para quienes la admiraban. Nadie se atrevía a hablarle e incluso la rehuían.
¿Cuál otro camino podía elegir si los más recomendables le habían fallado? Lamentó haber seguido las recomendaciones de Shakespeare, porque si no lo hubiese hecho, su vida habría continuado el curso natural, y la pérdida de la virginidad habría llegado tarde o temprano.
Después de todo, pensó, es mejor resolver los asuntos de la propia existencia bajo los dictados del corazón. A partir de ese instante, su virginidad se transformó en un tema accesorio.

72 Otro Final
No hace mucho, el escritor Viterbo del Sendero me citó al café Bedat donde suele concurrir una intelectualidad devota de la exhibición, de la palabra hueca, y más de un artista de renombre, acompañado de una damisela veleidosa. Quería, según explicó, hacerme partícipe de algo importante.
Nada sabía de mi amigo Viterbo, desde cuando en un bar de Plaza Italia él y un crítico literario se dieron de bastonazos, porque éste comparó su estilo literario con el de Josué Donaire, a quien el escritor consideraba aburrido. Ambos fueron a dar a la cárcel, y como el crítico escribía sus reseñas en el principal diario de la oligarquía, quedó en libertad en menos de una hora.
Después de hacer Viterbo y yo un breve recuerdo de aquella riña memorable, donde estaban presentes varios colegas suyos, bebimos café preparado bajo la tradición de Abisinia.
Apenas lo vi, quedé sorprendido de sus ropas estrafalarias de variados colores. Cualquiera lo hubiese confundido con un miembro de un espectáculo circense. Llevaba puesto un sombrero negro de ala de jote; una camisa bermellón; corbata verde; pantalones blancos y lentes oscuros. Debido a su vestimenta y actitud, incomprensible en él, parecía estar en trance.
Mientras bebíamos café, y desde las mesas vecinas nos observaban extrañados contertulios, mostró un revólver enorme de cacha de nácar, con el cual pensaba matar a su joven amante.
-No sabía que tuvieses amante, querido Viterbo -le dije sorprendido, pues a causa de sus disputas verbales, donde por norma usaba una violencia extrema, no se entendía cómo lo pudiese soportar mujer alguna, incluida su bella esposa.
A mi pregunta, respondió mostrando la seriedad ácida del recaudador de impuestos:
-Yo no tengo quien sacie mis apremios fuera del matrimonio, y eso muy bien lo sabes tú, que te jactas de amar todos los días a una mujer distinta. Sin embargo, Rebeca, el personaje principal de la novela que escribo, tiene un amante aficionado a complicarle la existencia. Y como debo deshacerme de él, por imperativos del argumento, voy a matarlo esta misma tarde.
-¿Y porqué vistes así y llevas un revólver, si para eliminarlo sólo necesitas escribir unas cuantas líneas explicativas? -intervine.
-Sucede mi amigo -explicó Viterbo del Sendero- que nunca se sabe si los personajes de las novelas son reales o ficticios. De allí la necesidad de andar armado y vestido así, para que nadie se entere cuál va a ser el desenlace de esta historia.
Por precaución salí disparado del café Bedat, como si tuviese urgencias dramáticas. Era a mí a quien deseaba matar.

73 Libro viejo
A lo menos Emiliano Toronjil, llevaba cuarenta años vendiendo libros usados en la calle San Diego. Por sus manos habían pasado las obras capitales de la literatura, otras menos importantes y la bazofia acumulada en la buhardilla, escrita desde la invención de la imprenta.
A causa de su pasión libresca, nunca se le vio dudar cuando entregaba alguna información sobre las obras más raras y difíciles de hallar, pues las conocía al dedillo.
Un día desapareció sin dejar rastro, como si se hubiese desvanecido en el aire polvoriento de su librería. La familia inició su búsqueda, nadie sabe si por obligación, o con algún interés para beneficiarse.
Agotadas las diligencias para hallarlo, y como seguía desaparecido, la librería fue vendida al menudeo. Sus descendientes, ansiosos por heredar, no podían esperar más tiempo. Uno de ellos encontró en un apartado anaquel, al infeliz Emiliano Toronjil, convertido en un viejo y destartalado libro.

74 Ni olvido ni perdón
El teniente Enrique Vidal Aller declaró al juez, que su colega Armando Fernández Larios, luego de enterarse dónde se encontraban los detenidos políticos, fue en busca de ellos. Provisto de un arma medieval que consiste en un mango con cadena, en cuyo extremo hay una bola de acero con púas, golpeó en la cabeza a un preso, hasta matarlo.
Cumplida su faena de saneamiento, según su opinión, regresó donde se hallaba el teniente Vidal Aller. Éste, al advertir que Fernández Larios tenía la guerrera salpicada con sangre, le preguntó qué había sucedido.
-Es sangre inútil, de traidores -dijo indolente, y agregó que Dios había guiado su mano justiciera.
Desde ese día, se pudre todo lo que toca Fernández Larios.

75 Novela ejemplar
El insigne escritor latinoamericano, Luis Decebal-Cuza, tantas veces galardonado en certámenes internacionales y gloria de las letras contemporáneas, vivía una dramática aridez como creador. Desde hacía meses no tenía ningún argumento para su próxima novela.
Revisaba diarios, enciclopedias, tratados del buen novelista, sus propios apuntes, pero no encontraba la esquiva idea para comenzar. Había enflaquecido, y en la palidez de su rostro ajado por las penurias, se configuraba su drama literario.
Desesperado por hallar la escurridiza veta, todas las mañanas intentaba escribir, pero abortaba en la tarde. Así, estuvo largo tiempo maniatado a su feroz limitación. ¿Acaso se había extinguido su genio creador? En un momento de lucidez y como última ocurrencia -aunque podía ser calificada de insensatez- se le antojó armar un texto con frases de sus numerosas novelas publicadas, como si fuese un collage.
El resultado no pudo ser más halagüeño. Había logrado escribir una novela igual a todas las anteriores.
76 Arte de la invención
-Yo entiendo por arte -dijo Lucas G. M. en su conferencia dictada en la Universidad de Chile- cuando se expresa una idea, un sentimiento, o una forma distinta para ver el universo. Este resultado no siempre puede ser creador. Si lo fuere, se perpetúa; y si no, desaparece.
En ese instante, una persona del público lo interrumpió para acusarlo de mentiroso, pues su definición había sido publicada en el ensayo “El arte como fundamento de la libertad” del filósofo George Simerbach.
Sin darse un respiro, Lucas G. M. contestó que el citado filósofo era uno de sus tantos alumnos y acostumbraba apoderarse de las ideas ajenas. Para corroborar su denuncia, leyó un documento legalizado por un notario. En él, George Simerbach reconocía haberse apropiado de la definición del profesor Lucas G. M. y pedía disculpas por tal descaro.
-Debo manifestar -respondió la misma persona del público- que usted vuelve a mentir. George Simerbach jamás ha existido. Yo lo acabo de inventar.
-Así es, señor -reconoció Lucas G. M.- pero yo lo inventé a usted.

77 Más allá del horizonte
Para Íñigo Salvatierra, llegar hasta la línea del horizonte constituía un sueño. Suponía que de ese lugar podía ver el mundo desde una dimensión distinta, y descubrir otras facetas de la vida. Le habían advertido que era un punto imaginario, pero él hacía un gesto de duda. Aseguraba que, como nadie lo había intentado, no se podía hablar de su inexistencia.
-Es una línea de referencia que alcanza la vista del observador, y en la cual parece que se junta el cielo con la tierra -le explicó un amigo geógrafo.
Íñigo Salvatierra calificó la definición como sacada del diccionario. Más bien una pamplina, como infinidades de otras expresiones, cuyo significado resultaba risible.
-Voy al encuentro de la línea del horizonte -le explicó a sus padres, quienes nada dijeron, y salió tras su objetivo.
Caminó días, semanas, meses, pero la línea del horizonte seguía donde mismo. No voy a renunciar, se prometía, y continuaba su marcha, dominado por una voluntad de expedicionario. Sin embargo, el Dios de todas las creencias y hacedor universal, se compadeció del tenaz Íñigo Salvatierra, y le permitió llegar a la línea del horizonte.
Desde esa posición, Íñigo Salvatierra pudo ver el pasado y el futuro. Entonces, se arrepintió de estar allí.

78 Vocación de futuro
Nuestro abuelo, de su reciente viaje a Antofagasta, trajo un teléfono antiguo de pared. Había pertenecido al ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, y desde hacía 55 años estaba en desuso. Igual a otros objetos vinculados al ferrocarril, quedó abandonado en una bodega de rezago, a la espera de ser vendido como chatarra. La modernidad, acostumbrada a entrar por la puerta ancha del progreso, relegó al olvido a aquel bello aparato de madera y piezas de bronce, fabricado en Estados Unidos.
Apenas el abuelo lo hizo colgar en un pilar del comedor, empezamos a sentir una excitante curiosidad. ¿Servía para algo, o el abuelo quería convertirlo sólo en adorno, tal cual sucedía con un reloj antiguo de pared, que compró en un boliche del barrio Yungay? Como el reloj jamás daba la hora correcta, el abuelo decidió detenerlo para siempre a las cinco en punto de la tarde, como homenaje a la poesía de Federico García Lorca.
De hecho, el teléfono vino a perturbar nuestra existencia de adolescentes. A toda hora lo veíamos instalado en su lugar de privilegio. Y no entendíamos cómo, en otra época, cumplió el objetivo de servir para comunicarse a la distancia. Si el reloj de pared ya no constituía para nosotros ninguna intriga, el teléfono se transformó en obligada conversación a la hora de las comidas.
El abuelo era quien nos interrogaba sobre la vida del teléfono, pues quería saber hasta donde llegaba nuestro interés por un artefacto que cumplió señalados servicios en el pasado.
¿Cuantas llamadas urgentes se hicieron a través de sus líneas, para comunicar un descarrilamiento, la cortadura de la vía férrea u otros hechos de importancia? De seguro alguien lo usó para advertir que en Bolivia se había desatado una sangrienta revolución, y que en el tren viajaba el presidente depuesto a pedir asilo político a nuestro país.
A veces, de manera furtiva, cogíamos el auricular y haciendo girar la pequeña manivela, llamábamos por si alguien respondía desde el pasado. Hacerlo constituía toda una aventura, y siempre nos quedaba la sensación de que nuestras llamadas eran recibidas en alguna parte.
Un día nos sorprendió ver un cartelito, que nuestro abuelo había colgado al teléfono. En él estaba escrita la siguiente leyenda: “Por este teléfono usted se puede comunicar con el pasado, sin embargo, está fuera de servicio”

79 Vuelo de nostalgia
Desde la ventana del escritorio, Rodrigo ve pasar una banda de queltehues. Suben y bajan por los infinitos espacios del cielo sin nubes, mientras hacen maravillosas piruetas. Aunque con dificultad los cuenta, admira sus proezas. Son diez aves zancudas que deciden cruzar por encima de su casa, como si quisieran decir adiós. Se pierden tras el cerro más próximo, dejando a su paso el recuerdo de su silenciosa presencia.
En algunos minutos llegará el crepúsculo. El tinte solferino en el horizonte así lo atestigua. Ya se ha recostado el sol tras el cerro por donde desaparecieron los queltehues. Vendrá luego la noche con su luna de nieve, a hacer guiños de amor. Rodrigo emprende el vuelo para alcanzar la bandada, seducido por la libertad de volar sin rumbo.

80 El barbero de Colón
Cuando el ya viejo y enfermo descubridor de América, don Cristóbal Colón, salía para dar un paseo por las cercanías de su hogar, muchos se acercaban al confundirlo con el barbero Iñigo Armendáriz, y le preguntaban por qué no estaba a esa hora atendiendo su establecimiento.
-Yo soy el Almirante Cristóbal Colón, Virrey de las Indias -respondía de malhumor, y para acreditarlo, mostraba documentos otorgados por los reyes de España, pero se mofaban de él.
Lo acusaban de embustero, y el intrépido marino, cuya fama universal nadie ponía en duda, vivía la incomprensión de su pueblo. Hastiado de ser confundido, decidió buscar a Iñigo Armendáriz. No le resultó difícil hallarlo una mañana, en la barbería de la ciudad. Cuando se encontraron, no pudieron sino sentir una súbita emoción, pues se parecían demasiado.
-A mí también, señor -dijo el compungido barbero- me confunden con usted.
Ese día, decidieron intercambiar de oficio.
81 Egolatría
Se miraba todos los días al espejo para saber si había envejecido. Nada peor que la vejez, se decía preocupado y se obstinaba en encontrarse igual al día anterior. Cuando empezó a notar algunos cambios en su rostro, puso en el espejo una fotografía suya de cuando era joven.

82 En la morgue
De madrugada llego al hospital. Mientras me llevan de urgencia al pabellón de cirugía para ser operado de heridas de bala, el médico encargado de intervenir, dice:
-Este hombre acaba de morir -y con su estetoscopio examina mi pecho ensangrentado.
Horas después, soy conducido a la morgue por un auxiliar que va tarareando una canción de moda. Como me han cubierto con una sábana blanca no puedo ver, aunque mis oídos están alertas para escuchar todo cuanto sucede a mi alrededor.
Permanezco en el depósito de cadáveres hasta el día siguiente. Cerca de las nueve de la mañana, me trasladan al quirófano. Tienen que practicarme la autopsia por orden del juez. El cirujano se pone guantes de goma y con un bisturí que semeja serrucho de carpintero, empieza a hacer los cortes del caso. Total, como yo estoy bien muerto, no tiene importancia que termine rebanado como un salame.
A la mañana siguiente me regresan a la morgue, donde está mi mujer con expresión apesadumbrada. Cuando me reconoce da un chillido de angustia y gimotea, mientras pregunta al detective encargado del caso si se sabe el nombre del asesino.
Yo permanezco en obligada rigidez y, aunque me pese, debo admitir que ella continúa siendo una excelente actriz.

83 Lectura interrumpida
En la plaza donde convergen todos los caminos del mundo, alguien le pregunta a quien lee el diario, cuál de ellos conduce al cielo. El lector, para fastidiar, le señala el camino del infierno.

84 Singularidad
Durante la mañana vestía de blanco, en la tarde, de gris, y en la noche, de negro. El 26 de junio de 1824 se vistió de negro durante todo el día, pues había eclipse de sol.

85 Decepción
A través del ojo de la cerradura, observo cómo se desviste una bella joven en la pieza de un hotel. Disfruto cuando comienza su ritual, debido a que es muy cuidadosa al sacarse de una en una las prendas, las que va arrojando al suelo.
Acaso ella sospecha que la miran, entonces, extrema sus movimientos provocativos al desnudarse. Nada más excitante presenciar esa escena que a menudo regala a mis ojos de aventurero del amor, una dosis de legítima pasión, cuando el invierno asoma en el horizonte de mi destino.
La sueño; la toco a la distancia; la muerdo como si fuese una manzana lustrosa; la gozo hasta casi quedar extenuado. Mi desencanto llega al verla desnuda.
86 Inventor
José Cabezas había inventado una máquina prodigiosa, aunque desconocía su utilidad. Estaba provista de poleas, engranajes y mecanismos que le otorgaban una especial complicación. De tanto observarla y someterla a pruebas para saber si servía de algo, descubrió que era por completo ineficaz. La ocasión en que alguien le comentó que si le hacía ciertas modificaciones podía serle útil, la destruyó.

87 Asunto de lógica
Al despertar de una apacible siesta tomada bajo la higuera, don José sintió la extraña sensación de no saber cuál era su mano izquierda. Se miró las manos y no supo distinguirlas. ¿Aún estaba dormido? Las dos eran iguales, lo cual no debería constituir ninguna novedad. Lo mismo sucede, pensó, si se trata de las piernas o de los ojos, salvo el caso de quien es manco o tuerto.
Desde luego, no iba a llamar a su esposa, quien a pesar de tener un fino humor, no parecía la más adecuada para ayudarle. Ella podía suponer que quería tomarle el pelo.
Ahora, si él no sabía diferenciar la mano izquierda de la derecha, tampoco podía saber el lado en que se hallan los demás miembros del cuerpo. Observó sus zapatos y se palpó los ojos y las orejas, sin embargo, descubrir donde estaba el lado izquierdo, continuaba siendo un misterio.
Sumergido en estas cavilaciones, vio en una mesita junto al sofá de mimbre, el libro que leía desde hacía una semana. Ahí parecía hallarse la solución. Como se lee de izquierda a derecha, bastaba abrir el libro para identificar la mano izquierda. Cuando lo hizo, recordó que los árabes y otras culturas leen de manera inversa a la suya, y también hay quienes lo hacen de arriba hacia abajo.
Especulaba sobre este nuevo hecho, cuando apareció su nieto, quien venía a proponerle jugar a las escondidas. Le respondió que bueno, pero si le mostraba cuál era su mano izquierda. El pequeño lo miró como si fuese un desconocido, y después de observarse ambas manos, dijo:
-Igual, las dos sirven para comer.
Ahí se acordó que su nieto era ambidiestro. De hecho, la investigación seguía trunca. ¿Y si se daba otra siesta con la esperanza de despertar más despejado? Al rato despertó, pero ahora con la curiosa sensación de no saber cual era su mano derecha.

88 Epílogo
A punto de ser ahorcado de madrugada, le preguntaron a Nemesio Villarroel cual era su último deseo. Quien había asesinado a vagabundos, prostitutas, mendigos, retrasados mentales, niños vagos, porque decía ser un enviado de Dios para eliminar las lacras sociales de la ciudad, pensó unos instantes.
-Desde siempre he deseado fumar un buen cigarro habano acompañado de coñac francés, después de comer un pernil de cerdo con puré picante. Eso sí, al guiso por favor no le pongan sal, pues me sube la presión.

89 Plagio
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Así comienza mi novela cumbre, pero un sujeto que dice llamarse Miguel de Cervantes y Saavedra, asegura ser el autor.

90 Legítima pretensión
Antes de morir, a Teodoro Fernández le gustaría aclarar a su mujer Felicitas que le perdonaba haberlo engañado con cuanto hombre se le cruzó en la vida; a su hijo Miguel, decirle que lo disculpaba por haber dilapidado la fortuna familiar en casinos, hipódromos y garitos; a su hija Fabiola, señalarle que le importaba un bledo que se hubiese fugado con el ilusionista de un circo, y que terminara recluida en un famoso burdel.
Manifestarle a su hija Esmirna que no le afectaba el hecho de haber querido envenenarlo a él, y después a la abuela Gertrudis -con desgraciadas consecuencias- para cobrar un seguro de vida; hacerle ver a su hijo Aníbal, que en buena hora había olvidado sus entusiastas afanes de enriquecerse, timando a quien se le atravesaba en el camino.
Sin embargo, por ningún motivo eximía de culpabilidad a Chusco, el mayor de sus hijos, que manchó de oprobio a la familia, después de haber dado un cuartelazo y terminar siendo el más cruel dictador de América.
91 Un inventor despreciado
El humilde cazador se presentó ante el jefe de la tribu, para mostrarle el invento que había ideado en un instante de inspiración. El jefe, preocupado de invadir a sus vecinos para robarle las mujeres y expandir los límites de caza, miró al constructor y su invento, y con un mohín de desprecio, manifestó:
-No veo su utilidad, Hombre, aunque sí estoy en condiciones de decir que puede serle útil a las mujeres de la tribu, para que hilen en invierno.
Descorazonado el inventor y sin ánimo de suplicar, destruyó su artilugio y la humanidad tuvo que esperar otros mil años, para que el Hombre volviera a concebir la rueda.

92 Sagacidad infantil
Al preguntarle la parvularia a Gabriel de tres años y meses, para qué sirven las piedras, el niño respondió:
-Para no tirarlas.

93 Inexplicable
A todas horas, por espacio de veintitantos años, el policía José Luis Gómez anduvo tras los pasos de Emeterio Luna para detenerlo. El rey de Suecia se casó, enviudó; concluyó la guerra de los Balcanes; quebró el casino de Mónaco; se suicidó George W. Bush atormentado por los crímenes de su ejército, y Emeterio Luna seguía prófugo.
Al fin y más bien por azar, el detective Gómez encontró a Luna en el metro de la ciudad, el día en que se conmemoraba el fin de la Tercera Guerra Mundial, donde se lanzaron dieciocho bombas atómicas en igual número de ciudades. Se le acercó sigiloso, y cuando lo iba a detener, olvidó porqué lo buscaba.

94 Esa ventana abierta al infinito
Nuestra casa no tenía ventanas. Un día, con un punzón empecé a hacer un orificio en la pared de mi dormitorio. Me sorprendí cuando al abrir una pequeña rendija, penetró un rayo de sol que casi me enceguece. A través de ella, pude ver niños jugando en la plaza, bajo la mirada atenta de sus madres, y viejos que, sentados en las bancas, le daban de comer migajas de pan a las palomas, leían el diario, dormitaban o extendían su vista hacia el infinito.
Ese día comprendí que el hecho de mirar hacia el exterior, me daba deseos irresistibles de seguir perforando la pared. Así lo hice, hasta conseguir una abertura de verdad. Al descubrir un mundo que me era desconocido, no me importó si después era regañado por mis padres.

95 Desconcierto
Al arribar el senador Hermógenes Buchini al Congreso Nacional, donde iba a pronunciar un discurso sobre la libertad de expresión, descubrió que no llevaba su cabeza. Urgido llamó a su mujer por celular y le preguntó si su cabeza se hallaba en el hogar. Ella la buscó hasta debajo del lecho, y como no la encontró en ninguna parte, le manifestó que tenía que haberla extraviado en el trayecto.
Pese a la dificultad insalvable, el senador Hermógenes Buchini igual pronunció su discurso. Para sorpresa del senador, mientras sus enemigos lo aplaudían, sus correligionarios pedían su cabeza.
96 Olor a sobaquina
Máximo Cornejo, el actor de cine, vivía huyendo de las pestilencias, fuesen humanas o provinieran de la naturaleza. Le bastaba sentir fetidez, por insignificante que fuese y se ponía lívido. Por esto, se negaba una y otra vez a trabajar con su colega, la actriz Carla de las Mercedes, pues aseguraba que ella tenía un insoportable olor a sobacos.
-Me marea, pues el hedor de sus axilas hiere mi nariz -explicaba y volteaba la cabeza en señal de evidente rechazo.
-Ella ama la higiene y usa desodorante de reconocida calidad -aseguraba el director de cine, Horacio del Bosque.
Y le pedía a Máximo Cornejo que, por favor, filmara una película con la cuestionada Carla de las Mercedes, pues en breve, todos se hincharían de dinero.
Pese a la insistencia de Horacio del Bosque por persuadir a Máximo Cornejo, éste no cedió ni un milímetro.
-Lo que tú supones -decía el director sin dar tregua- es más bien una antipatía hacia ella, lo que te hace sentir un olor que no existe. Al menos, intenta filmar una escena de prueba, y si de veras huele mal, abortamos el proyecto.
Máximo Cornejo quedó entrampado con la sugerencia, y no dispuso de otras argucias para restarse a la idea. Aunque otros actores manifestaban que el olor a sobaquina los excitaba hasta el frenesí, Máximo calificaba de vulgar el alcance.
Una mañana, en los estudios de Mapocho Film, Horacio del Bosque logró por fin reunir a Carla de las Mercedes y a Máximo Cornejo, para que filmaran una escena de amor. Los actores se miraron a la distancia y a juzgar por la expresión de malestar de Máximo, parecía ser que la fetidez de su compañera de trabajo, ya había llegado a su nariz.
A una señal del director, ambos se acercaron hasta quedar a un jeme de distancia. Carla, ajena a las aprensiones de su colega, levantó los brazos porque así lo indicaba el libreto, y desde las axilas emanó un perfume subyugador, como para doblegar al más testarudo de los amantes.
Desconcertado, Máximo Cornejo aproximó su nariz a aquella región cuestionada, hasta casi rozar la piel de la mujer, y debió reconocer que se había producido un milagro. Y ella, aumentando el estupor del actor, le echó el aliento cuando éste la iba a besar, para que sintiese la fragancia de su boca.
Después, el sorprendido Máximo Cornejo vio cómo de las axilas y de la boca de la actriz, manaba cierto líquido lechoso, como el zumo de una fruta afrodisíaca…
Aquí concluye esta historia, pues el autor no dispone ni de recursos literarios ni técnicos para completarla. Valga esta explicación a modo excusa, y vayamos a otro cuento.

97 Rebuscamiento
Desde sus inicios como escritor, Álvaro Tirolessi privilegia el uso de palabras rebuscadas. “Para leer sus libros -alegan los acongojados lectores- es preciso hacerlo acompañado de un diccionario, pero no de cualquier diccionario”. Cuando le hacen ver a don Álvaro esta situación, se apresura en argüir que le seduce emplear todas las alternativas del lenguaje, porque es una manera de enriquecer la alicaída prosa actual.
-Hace tiempo -afirma con justa razón- escribidores analfabetos se han apoderado de la literatura y recurren a ciertas palabras pedestres, pues ignoran cómo usar las expresiones adecuadas. De seguir así, en pocos años nos bastaría conocer no más de trescientos términos para comunicarnos.
Cuando Álvaro Tirolessi quiere decir por ejemplo: “Rosamel le sirvió a su buen amigo Andrés, un vaso de vino”, lo expresa de la siguiente manera: “En píxide exornada, Rosamel escanció en loable estilicidio, un sápido morapio al cofrade Andrés”.
-Si no se entiende lo que pretendo decir -subraya el escritor y mueve las manos como abanico- es por molicie mental o por ignorancia supina. No quiero ingresar a la literatura de mi país, como un zafio.
Así sea don Álvaro.

98 Confusión
En la ciudad de Madrid, un caballero de barba y capa antigua, en su constante vagar en busca de aventuras y de personajes para incorporar a sus escritos, encontró bebiendo, en una taberna cercana a la Cibeles, a alguien que creía conocer. Se aproximó hasta su mesa y le dijo, luego de pedir disculpas por la intromisión:
-Hola, don Federico García Lorca, eximio poeta español. ¿Se acuerda de mí?
Y el aludido, sin inmutarse, respondió con amabilidad:
-Excúseme, caballero; soy poeta como mi amigo Federico García Lorca, sin embargo, usted me ha confundido. Mi nombre es Gustavo Adolfo Bécquer, conocido en todo el mundo por las oscuras golondrinas -y siguió hablando con las damas que lo acompañaban.
A partir de esa fecha, Pedro Calderón de la Barca, ha empezado a ser más prudente cuando habla con extraños.

99 Mensaje implícito
Como el preso político desde hacía una semana no podía mover el vientre, y de seguro se iba a enfermar, el capitán a cargo del campo de concentración se condolió de tamaña desgracia, y lo llamó a su oficina. “Si le doy un gran susto -pensó el militar- se defeca de miedo”. Y le ordenó al sargento ahí presente, mientras le guiñaba un ojo:
-Por desacato, lleve a fusilar a este hombre.
De inmediato, la orden fue cumplida.

100 Taxi
Apenas vio acercarse el taxi, lo hizo parar.
-¿Dónde lo llevo, señor? -indagó el chofer, no bien el pasajero se acomodó en el asiento.
-A cualquier parte -respondió.
-¿Y dónde queda ese lugar?
-De saberlo, se lo diría.
101 Sorpresa
Mientras el General Mamerto Contreras, alias el Turnio, caminaba por un caluroso sendero de difícil tránsito y cubierto de espinas, divisó a cierta distancia al dictador Robusto Pinochet, rodeado de personas desconocidas. Quedó boquiabierto al verlo. Se aproximó a su jefe para hablarle y tomándolo de un brazo lo separó del grupo. Antes de que Robusto Pinochet se repusiera de la sorpresa, le comentó:
-Robusto, no sé si sueño, pero tú estás requete muerto. Fui yo quien te despidió en el cementerio, a nombre del generalato. ¿Me puedes explicar qué sucede?
El dictador, después de mirar con indulgencia al más sanguinario de sus colaboradores, respondió:
-¿Has olvidado, Mamerto, que estamos en el infierno?

102 Bazar de antigüedades
Ningún objeto que estaba a la venta en el bazar de la calle Huérfanos era antiguo. Ni siquiera, el local o el matrimonio de ancianos que lo atendía. A ojo de un experto, ahí menudeaban las falsificaciones más escandalosas, hechas por hábiles artesanos. Había un supuesto violín Stradivarius, donde se dice que ejecutó Paganini sus conciertos; un escritorio que habría pertenecido a Edgar Allan Poe; una presunta paleta de pintor de las que utilizó Rembrandt; un copón de oro, de donde se comenta bebía vodka el zar Nicolás; un sillón, donde al parecer acostumbraba dormir la siesta Napoleón Bonaparte; una cama lusitana donde habría nacido Garibaldi; una pipa de palo rosa, en la que Baudelaire se jactaba de fumar hachís; una daga morisca con la cual Casanova habría asesinado a un obispo; una momia del siglo X hallada en el Salar de Atacama, e infinidad de objetos difíciles de describir.
Igual, eran vendidos como auténticos, y los dueños de la tienda se burlaban por lo bajo las veces que alguien, en el colmo de la petulancia, se refería a las supuestas antigüedades, exaltando su belleza.
Apareció un día por la tienda una persona oriunda de Florencia, quien dijo ser poeta y llamarse Dante Alighieri. Los ancianos vieron en él a un enviado del destino, y para emborracharlo le dieron de beber jengibre. Después lo golpearon en la cabeza con el martillo que habría utilizado un centurión romano para clavar a Cristo en la cruz, y lo metieron en un sarcófago egipcio, para ampliar sus ofertas.

103 Solución lógica
Como la policía no lograba hallar al homicida de la hermosa Gertrudis, después de haber interrogado a quienes habían estado casados con ella, a la servidumbre y a los amantes, tuvo que preguntarle a la difunta quien la había asesinado.

104 Concierto para piano
Al enterarse Maurice Ravel que el pianista admirado había perdido en la guerra una mano, le escribió un concierto para la mano izquierda, y por las dudas, otro para la mano derecha.

105 Ojos
Como los cuervos le sacaron los ojos, no pudo ver las consecuencias.
106 Riesgo
Cada mañana, el barbero afeitaba al dictador con máquina eléctrica. Por seguridad, sus custodios no le permitían usar navaja. El dictador no murió degollado, pero sí electrocutado.

107 Acabo de mundo
Si no queda nadie vivo sobre la faz de la tierra al concluir el ataque nuclear ¿quién leerá este cuento?

108 Actriz ideal
Como el director de teatro precisaba de una actriz que de verdad fuese manca, le ofreció el papel a la Venus de Milo.

109 Homenaje a Augusto Monterroso
Cuando despertó, ni siquiera él estaba ahí.

110 Servilismo
Después de besarle el culo al dictador, el más leal de sus aduladores le dijo:
-¡Qué buen aliento tiene usted, señoría!
111 Vía Láctea
Esa noche, al mirar la Vía Láctea, descubrió que faltaba una estrella.

112 Solución elemental
Dimitri Dimitrov, el afamado bailarín ruso, mientras paseaba de costumbre por el centro de la ciudad de San Petersburgo, decidió comprar un viejo maniquí donde un anticuario. Desde hacía meses lo admiraba, pero no sabía en cual habitación colocarlo. Quizá podría ser un estorbo, algo inútil, pero al fin se decidió, cuando el vendedor le dijo que perteneció a una actriz. Lo llevó a su departamento y lo puso en la alcoba.
Al acostarse observaba la desnudez del maniquí y pensaba que se parecía a él. Para saber cómo lucía su adquisición, una noche lo vistió con sus ropas de artista; otra, juzgó divertido bailar con él, pues le producía un extraño encanto, la sensación de ser una figura dotada de ciertas particularidades humanas. Durante un buen tiempo sus juegos se convirtieron en necesidad, y no se acostaba antes de someter al maniquí a nuevas experiencias.
Una mañana, al despertar, Dimitri Dimitrov no lo encontró. Cuando arribó al teatro del Rey Constantino para interpretar su papel estelar en el ballet “Danza Macabra” de Sergei Karpovich, le comunicaron que había sido remplazado por un maniquí.

113 Inteligencia
Era tan sabio, que lo ignoraba.

114 Cumpleaños
Laurel invitó a Hardy a su cumpleaños, que se había celebrado el día anterior. Hardy le respondió que no podía asistir, pues estaba comprometido para el día de ayer.

115 Saludos
Al cumplir sesenta años, el Rey de las Islas del Pacífico se puso a especular a cuantas personas en su vida había saludado de mano. Suponía que eran alrededor de 150.000 a partir de cuando ascendió al trono. Había estrechado la mano a dos Papas, a reyes, embajadores, políticos, artistas, presidentes, premios Nóbel, y a quienes se le acercaban en las recepciones oficiales.
Cuando saludaba a Pedro Feliz, el más sencillo de los jardineros de palacio, apretaba su mano amistosa encallecida, y en privado se olfateaba la suya, para sentir el gratificante olor de la modestia.
116 Editorial
La editorial “Bajo la lupa” publica novelas en blanco, donde sólo figura el nombre del autor y el título de la obra. Así, se puede leer el argumento que a uno se le antoje.

117 Dar la garra
Antes de ir a dormir el Secretario de Estado del Imperio del Nuevo Mundo, se mira la mano derecha. Desde hace una semana la siente extraña y nota que la piel se endurece. Como la da a ciento cincuenta y tantas personas por día, piensa que esa es la razón. Así, se ve forzado a saludar con la izquierda, pues a la derecha le han crecido pelos, y ha terminado por transformarse en garra.
Para ocultarla, se pone un guantelete de la armadura que hay en el museo del imperio. Días después, la izquierda también se hace garra y debe recurrir al otro guantelete.
Desde esa fecha, sólo hace venias cuando debe saludar, pero teme que terminará por colocarse el yelmo de la armadura.

118 Desconcierto
-Buenas noches.
-Buenas noches, don Julio. ¿En qué lo puedo servir?
-Dígame: ¿Estoy yo alojado en este hotel?
-Así es, señor, pues usted llegó en la mañana acompañado de su esposa, y ocupan la pieza 405.
-¿Usted ha dicho la 405?
-Así es, don Julio. Aquí está el registro de pasajeros si desea verlo.
-Se lo pregunto, pues he subido a la pieza 405 y no encontré a mi mujer.
-Acaso usted por error, señor, lo que es muy frecuente en los hoteles, haya entrado a otra pieza.
-Aquí está la llave que usé y corresponde a la 405. No veo por donde estaría la equivocación.
-Lo mejor sería, don Julio, para salir de dudas, llamar por teléfono a la pieza 405.
-Sí, sí; creo que es una medida muy sensata.
-Aló. ¿Hablo con la esposa de don Julio Aldebarán? Buenas noches señora. La llamo desde la recepción y quiero comunicarle que su marido está conmigo, y dice que usted no estaba en la pieza 405 hace unos minutos. Sí señora, se lo comunicaré. Dice su señora que desde la mañana no se ha movido de ahí. Que apenas usted salió de compras, se metió a la cama al sentir jaqueca.
Julio Aldebarán subió de nuevo a su pieza, y como la volvió a encontrar vacía, dedujo: “Acaso yo no sea Julio Aldebarán”.

119 Resguardo oportuno
Ignacio insistía en dormir tapado hasta la cabeza. Desde hacía semanas cumplía el ritual, hasta que su madre, sorprendida de aquella actitud, le preguntó la razón. El niño de apenas cuatro años le respondió que si en la noche llegaba una pesadilla, no lo iba a encontrar.

120 Temporal
Empezó a llover. Cayó una gota, después otra gota; diez, once, miles de gotas, hasta que nadie fue capaz de contarlas.
121 Visita
Ir al cementerio y poder regresar.

122 Genio
En el pueblo de Quelentaro no podían ser más felices. Uno de sus hijos, Víctor Maulén, era él único que sabía las cuatro operaciones de la aritmética. Sumaba, restaba, multiplicaba y dividía, con asombrosa destreza. Aquella facultad, en vez de envanecerlo, había hecho de él un hombre juicioso. A menudo, los imprudentes de siempre lo desafiaban a que demostrara su talento y él, ante la admiración general, resolvía cualquiera de las cuatro operaciones.
-Nunca hubo un genio igual en Quelentaro desde su fundación -aseguraba el alcalde en las reuniones y donde fuera, pues le gustaba que el nombre del pueblo apareciera citado en la prensa, y que la televisión fuese a entrevistar a Víctor Maulén y a él como autoridad.
La fama de Víctor Maulén traspasó las fronteras de Quelentaro, y desde distintos lugares del país empezaron a llegar los curiosos. Venían a hacerle consultas matemáticas de una complejidad intolerable, por el placer de provocarlo o saber si todo era un fraude montado por la alcaldía, para hacer del lugar una atracción turística. Lo desafiaban a que multiplicara o dividiera cantidades de seis y más cifras con decimales incluidos. Maulén sonreía, y ante el asombro de todos, daba el resultado preciso en un par de segundos.
En aquella época, saber las cuatro operaciones matemáticas era un lujo, quizá una extravagancia. Desde hacía décadas, las máquinas calculadoras habían terminado por introducir la ignorancia.

123 Treces
Los trece de cada mes, un enano llama a la puerta de Aníbal del Incauto, para anunciar que es una fecha peligrosa, y que no debe salir de casa, aunque el clima sea benigno. Como Aníbal es supersticioso, asume la recomendación y se encierra bajo siete llaves.
Un día, como también es trece, permanece encerrado, aun cuando no ha ido el enano. Mira el calendario y observa que a partir de esa fecha, todos los días son trece.

124 La torre inclinada de Pisa
Para Danilo Manera

De madrugada Danilo Manera arribó a Pisa. Venía desde el norte navegando en un laúd por el río Arno. Aunque amaba viajar en tren o en globo como lo hacía con su padre desde Alba, prefirió en aquella ocasión la vía fluvial. Aparecía en la ciudad cada primavera, y se internaba por sus calles etruscas, ufanándose de conocerlas como si mirara en la palma de su mano, la ruta milenaria de los andariegos.
Le fascinaba visitar una y otra vez la torre inclinada, y contemplarla desde distintos ángulos. Aquel edificio circular parecía ser la obra de un señor feudal, que quería disponer de una atalaya, para sorprender a los piratas que asolaban el mar de Liguria.
En cuanto a su inclinación, sospechaba que había una causa distinta a la que esgrimían los arquitectos. Se decía que esta construcción, iniciada en el siglo XII, se había ladeado por fallas del cimiento. Pero él descubrió, al subir por primera vez a la azotea, que eran los demás edificios los que estaban inclinados.

125 Modestia de autor
Ante el numeroso público que asistía al lanzamiento de una antología de cuentos, uno de los incluidos manifestó:
-Impulsado por la modestia que caracteriza a todo creador, debo admitir que mi relato es el más débil de todos. Entre los cuentistas que me acompañan, están Giovanni Bocaccio, Jorge Luis Borges, Antón Chéjov, Gabriel García Márquez, Guy de Maupassant, Geoffrey Chaucer, Julio Cortázar, Baldomero Lillo, Edgar Allan Poe y Walter Garib.
126 Contrapunto
Narraba historias tristes. Y era considerado el más gracioso de la ciudad.