1 Pelikan
El comandante del regimiento Tinguiririca, Pancracio de la Sotta, desde hacía veintisiete años -la edad que tenía su único hijo- usaba la misma estilográfica Pelikan para firmar. Un día, la estilográfica dejó de funcionar, y por más que le puso tinta y la agitó hasta dolerle el brazo, no quiso escribir ni una sola letra más. En esa ocasión tenía que firmar un dictamen del Comité Revolucionario de la ciudad, donde se condenaba a ser fusilado al amanecer, entre otros, a su único hijo.
2 Gertrudis
Mi adorada Gertrudis, a quien he amado desde niño, se quemó el rostro y las manos después de haberse lavado con vitriolo. Por más que le había advertido del grave peligro si manipulaba el ácido, ella se reía y me explicaba que por nada del mundo cometería la estupidez de usar un producto tan dañino. Cuando la fui a visitar al hospital, llorosa me dijo que la había impulsado el único deseo de contradecirme.
3 El gallinero
Esa tarde todo estaba muy tranquilo en el gallinero, hasta que al gallo se le ocurrió pisar a una de las gallinas. Hubo en seguida un alboroto mayúsculo. Nadie se explica porqué las gallinas despechadas se abalanzaron sobre la pareja y la empezaron a picotear. Moraleja: el amor debe seguir siendo reservado, para evitar las escenas de celos.
4 Un tío muy particular
Ignoro porqué en las familias siempre tiene que haber un tío estúpido. En la nuestra está el tío Gerundio (nada tiene que ver con la forma verbal) quien se casó a los 15 con una niña de 14 llamada Gerundia. Al cabo de tres años tuvieron mellizos, a los que por presión de mi tío bautizaron como Gerundio y Gerundia. Cuando los niños fueron a la escuela, los profesores de castellano no podían entender la rara afición de mi tío a los gerundios. Quién sabe si a partir de ese día el uso del gerundio se ha extendido entre los aficionados a escribir.
5 La caracola
Hace muchos años, cuando visité por primera vez Antofagasta, fui a la orilla del mar a buscar caracolas para enriquecer mi colección. Junté miles de ellas y como no las pude llevar a Santiago, las escondí entre el roquerío para volver por ellas en otra época. No sé si iré a rescatarlas mañana, aunque preferiría que se quedaran donde están, para que vuelvan algún día a ser motivo de alegría de otros coleccionistas, menos indecisos que yo.
6 El mejor invento del mundo
Samuel Bienvenido, profesor de esgrima, cantante de tangos, y astrónomo en los ratos de ocio, tuvo una curiosa idea, -cierta vez que convalecía de lumbago-: inventar un artefacto para picar cebollas, pues no le agradaba ver llorar a las mujeres de su casa cuando trabajaban en esos menesteres. El invento fue acogido por la sociedad con alegría. Se vendieron millones de picadoras de cebollas en todo el mundo, y Bienvenido recibió cartas de congratulaciones del rey de China, del zar de los Estados Unidos de América y del emperador de Europa Unida. En ellas le decían que por fin las mujeres no iban a gastar más las lágrimas en actos inútiles.
7 Macho reproductor
Al cabo de veintisiete años de Guerra Civil, donde murieron casi todos los hombres de un pequeño país de América, su presidente urgió a las mujeres a tener el mayor número de hijos, porque de no ser así, los países vecinos podrían alentar esperanzas expansivas. Nunca antes los escasos hombres de ese país recibieron tanto asedio. Y si al comienzo parecían felices, después de un tiempo decidieron emigrar. Es que hasta los homosexuales habían acogido las súplicas presidenciales.
8 El último de los enanos
La matanza de enanos se inició en Kardunmán, país de Asia, cuando su gobernante a través de un edicto real, ordenó ajusticiarlos, después de haber soñado que uno de ellos lo asesinaba. Luego de una frenética degollina, no quedó enano en la región sin conocer la cuchilla de los sicarios. Cuando el último enano cayó asesinado, el rey pudo dormir tranquilo, aunque esa noche soñó que se suicidaba. También él era enano.
9 Amador
Durante sus noventa y tres años de vida, Justiniano Verdejo amó a 936 mujeres. Una por mes después de cumplir los 15, se jactaba el galán, aunque no sabía si éstas, en su oportunidad, le habían sido fieles. Las sospechas de haber sido engañado le empezaron a desdibujar el horizonte, a tal punto, que enfermó de dudas y en breve tiempo murió de pena. A su funeral concurrieron muchas de las mujeres que lo habían amado, quienes se disputaron casi a mordiscos el derecho a ser llamada la viuda principal.
10 Fotografía de familia
En todas las fotografías que me sacaba con Beatriz, aparecía retratada en medio de nosotros una joven parecida a ella. Yo siempre quise creer que se trataba de un truco fotográfico, pero cuando murió intoxicada con veneno solicité verla en el ataúd. Allí para mi sorpresa, estaba la intrusa de las fotografías.
11 La biblioteca ideal
Zorobabel de la Huerta, bibliófilo por excelencia, tiene una biblioteca enorme, envidiada por los eruditos del país. Entre las obras más destacadas hay de escritores muertos, vivos y de quienes aún no han nacido, siendo éstas las más numerosas.
12 Hemorragia de dedos
En las mañanas, al despertar, me cuento los dedos de las manos por precaución. Dispongo de diez ágiles dedos, muy conocidos para levantar billeteras de los bolsillos de los incautos. No niego que me gustaría tener seis dedos en cada mano como homenaje a mi apellido: me llamo Felipe Seisdedos.
13 Carta de amor
Desde hace años, semana a semana, le escribo cartas de amor a una mujer que amo en silencio. Ella no las responde, aunque a través de amigos, dice que algún día lo hará. Si ella de veras se atreviera a hacerlo, no sé si volvería a escribirle.
14 Diálogo
-Oh, amado; bésame hasta caer en éxtasis.
-Sí, sí mi vida; te besaré hasta el delirio.
-Por favor ahora, y no demores.
-No puedo.
-¿Y porqué?
-Estoy ausente.
-¡Qué extraño! Yo también.
15 El tren anclado
En la estación del ferrocarril, una bella dama, vestida con un abrigo de piel de coipo extravía su paraguas. Habla con el jefe de objetos perdidos y como éste no puede darle solución a su queja, exige que el tren no salga de la estación hasta encontrar su paraguas. Como hasta la fecha no ha sido posible hallarlo, el tren está sin poder salir.
16 ¿Me puede decir su nombre?
-¿Cómo te llamas?
-¿Usted se refiere a mí?
-Sí, señorita.
-No me atrevo a decirlo. Quizás usted se burlaría.
-¿Acaso es feo?
-No es por eso; créame.
-¿Y dónde está el misterio?
-Quizás usted se va a reír, pero hace años que he
olvidado mi nombre.
-Olvidar el nombre no me parece una cosa extraña en estos
tiempos.
-¿Verdad que así lo piensa?
-Figúrese. Yo, hace meses que ignoro dónde estoy.
-No sabe cuanto me alivian sus palabras. Ahora, sí que puedo sentirme mucho más tranquila.
-La molestaría si la invito a tomar una taza de té?
-No sé si aceptar.
-Atrévase. Total, sería el encuentro entre dos
personas que tal vez no existan.
-Si lo plantea así, no me gustaría compartir su soledad.
-¿Mi soledad? Usted, señorita, me sorprende. Si la invito es para que me ayude a encontrarme.
-¿Y porqué razón usted no me ayuda a que me acuerde de mi nombre?
-Disculpe. Si así lo plantea, no me sirve su compañía. Hasta pronto.
17 Por siempre Bárbara
Deseoso de ver a mi amada Bárbara, recorrí cientos de kilómetros entre ventisqueros, ríos caudalosos y caminos que apenas son huellas. Después de viajar tres días a caballo, en bote y a pie sorteando graves peligros, llegué a su casa, situada en las afueras de Puerto Octay. “Bárbara murió hace un mes” me cuenta acongojada su madre. Y yo, abrumado por la noticia y el cansancio, me lamenté de haber perdido en una aventura tan arriesgada, tres preciosos días de mi vida.
18 Un esqueleto histórico
De tanto hacer excavaciones, el famoso antropólogo César de La Martinique, encuentra el esqueleto de un homo sapiens en la zona de Chañaral Alto, cuya antigüedad se puede estimar en varios miles de años. La noticia recorre el mundo entero y desde los países más remotos de la tierra, arriban a Chile sabios muy célebres a examinar el hallazgo.
Después de meses de exhaustivas investigaciones, se llega a la conclusión de que se trata del descubrimiento más sorprendente de todos los tiempos. El esqueleto tiene una costilla de menos, lo que hace suponer que pertenece al mismísimo Adán.
19 Poesía peligrosa
En la estación Goncourt del metro de París, una joven muy hermosa, quien parece ser de un país sudamericano, me aborda para indagar si conozco la Rue de Saint-Maur. Después de darle las indicaciones del caso, le pregunto si por casualidad va a ver a mi amigo el poeta Luis del Río. “Así es”, responde.
La coincidencia me parece tan extraordinaria, que me ofrezco a acompañarla. Debido a que ella acepta, nos dirigimos al departamento de mi amigo, situado a un par de cuadras desde donde estamos. En la escalera, me muestra una pistola de señorita que escondía en el bolso de mano, y me advierte que va a matar a Luis del Río, al suponer que no va a querer publicarle unos poemas en su revista “La Porte des Poetes”, los cuales ella no piensa escribir.
20 Una torre de ensueño
Si usted va a París, quizás sea la Torre de Eiffel el monumento que más lo va a sobrecoger. Se ve desde distintos ángulos de la ciudad, y para muchos es su símbolo indiscutido. Cuando llegué a París, como buen extranjero que desea deslumbrarse, rogué a mis queridos amigos franceses que me llevaran a verla. Ahí, como el Everest, o las cataratas del Iguazú o la cordillera de los Andes, se yergue majestuosa en medio del paisaje urbano.
Durante varias noches quise observarla desde algún alto edificio, pero no estaba en su lugar de siempre. Una mano poderosa la había sacado de su sitio. Mis amigos, para consolarme me habían advertido que sólo era posible verla de día, aunque la verdad era otra. Ellos, en laborioso faena la desarmaban cada atardecer, para provocar en mí, quien sabe que encontrados sentimientos.
21 La lotería
En la calle de los Cuchilleros de Madrid, un fulano sesentón vestido de negro riguroso a la usanza de un caballero del siglo XVll, vende números de lotería en pleno siglo XX. Pregona su mercancía, asegurando que todos sus números están premiados. Y para confirmar su acertijo, muestra una serie de recortes de diarios donde aparece él en sendas entrevistas, junto a quienes ha hecho ricos. Pero se cuida de no decir que los agraciados nunca reciben sus premios, pues él vende billetes falsos.
22 Una escena de ópera
Una gitana joven, de ojos pedigüeños, hermoso perfil de bailadora y talle luminoso, me aborda a la entrada de La Alhambra en Granada. Me habla casi a gritos y sin yo evitarlo, me prende una flor roja en el ojal. A cambio me pide unas pesetas y como soy algo mezquino en retribuirla, me quita la flor y corre a ponérsela a otra persona. Después de concluir mi visita al palacio, y cuando bajo a la ciudad, la veo acompañada de un gitano que montado en una bicicleta, parece aguardarla. Ha empezado a oscurecer y yo, para desquitarme del bochorno que me provocó, le digo: “Adiós mi amor por haberme hecho sentir hombre”. El gitano, sin preguntar nada, saca un cuchillo del cinto y se lo entierra repetidas veces en el pecho, como si fuese una nueva puesta en escena de la ópera Carmen.
23 Llamada inoportuna
Cerca de los tres de la madrugada me llama por teléfono mi amigo el poeta Jaime Hales, para decirme que él no es quien está al habla, ante lo cual le expreso que yo no soy quien lo escucha.
24 El señor embajador
Como buen chileno a menudo sueño que soy el Presidente de la República. Me veo dirigiendo el país, mientras una nube de aduladores me solicita cargos públicos. Uno de éstos me dice que le gustaría ser camillero de la Posta Central, pues le permitiría estar cerca de los moribundos, para así conocer la intimidad de sus corazones. “¿Y no le gustaría mejor ser embajador en Francia?” le propongo. El sujeto me responde que no, pues la labor de camillero lo acerca a la realidad y el hecho de vestir de blanco lo ayuda a purificar su condición humana. Al final, acepta la embajada de Francia, pero que se le permita vestir siempre de camillero.
25 Historia de mentiroso
En Chañaral Alto vive Adán Sepúlveda, el hombre más mentiroso del mundo. A todos los del pueblo los tiene convencidos de que no se pasa una semana sin encontrar un tesoro enterrado en los sitios más inverosímiles; de descubrir una mina de oro; de hallar viejos arcabuces de los españoles; vasijas repletas de doblones de oro; de ir durante las noches a conversar con los muertos del cementerio para informarse de nuevos entierros y entre uno y otro menester, amar a quien se le ocurre. Un día, para ratificar sus cuentos, me invitó a una cueva cerca de su casa donde aseguró que guardaba todo cuanto decía encontrar. Ahí, sorprendido vi doblones de oro en cofres, joyas deslumbrantes desparramadas por el suelo como si se tratara de la cueva de Alí Babá.
Ahora me pregunto si el lector debería creer esta historia, o calificarme de ser tanto o más mentiroso que Adán Sepúlveda.
26 Número equivocado
-Aló. ¿Hablo con el número 1234567?
-No. Usted habla con el número 7654321.
-Perdón por equivocarme, pero usted no puede negar que en estos tiempos de duda, cualquier número sirve.
27 La crítica
El crítico don Fedoro Perdido, encontró en la novela “Por desamor al amor” la palabra “narizla”. En un artículo de análisis literario, le dedicó 5 páginas, donde dijo entre otras cosas que el autor del libro había logrado incorporar al léxico una palabra de indiscutible belleza y dotada de un raro misterio. El aludido no demoró en llamar a don Fedoro para explicarle, que la palabra comentada, se trataba de una errata.
28 Un signo de interrogación
Se mira la palma de la mano y encuentra ahí un signo inquietante. Sin tardanza visita a la mejor quiromántica de la ciudad. Ella después de analizar el signo en profundidad, llega a la conclusión de que no lo puede descifrar.
Al regresar el sujeto a casa, su esposa le pregunta por qué demoró tantos años en volver.
29 Un asunto sospechoso
De tanto hacerle reverencias al dictador, Bendito del Olivar terminó con joroba. Cuando alguien le preguntaba la razón de su joroba, aseguraba que le había crecido por escribir demasiados cuentos para entretener al dictador. De ser así, aún tienen validez los cuentos.
30 La amada de siempre
Después de treinta y cinco años sin vernos, Lucelva me llama por teléfono para citarme al Parque Forestal. “¿Y cómo nos vamos a reconocer”, indago. “Yo seré quien te reconozca” dice. Sin otras informaciones aparezco en el lugar, a la hora y el día señalados. La aguardo cinco minutos, quince minutos, y llego a la generosidad de esperarla tres largas horas. Ella no aparece. Cuando decido marcharme, una jovencita de alrededor de 15 años, se acerca y me dice: “Aquí estoy aún esperando, desde aquel día en que nos citamos en este mismo lugar”.
31 Amor a la lectura
Cada mañana, mientras toma su desayuno, Eugenio Chauán se pone a leer una novela. Después, se dirige a la Universidad, donde lee poemas a la hora de almuerzo. En la noche, luego de cenar, camina por las cercanías de su casa leyendo sus propios escritos. De tantas lecturas, aún no ha encontrado la solución para saber si el destino del hombre está en peligro, aunque, cada día entiende menos hacia donde se encamina la humanidad.
32 Pájaros juguetones
La pintora Lenka Chelén, no termina de sorprenderse cuando descubre que después de pintar golondrinas en sus cuadros, no las encuentra al día siguiente, porque han volado de la tela. “Quizás no deberías pintar más golondrinas”, le recomiendo. Y ella me explica que de ser así, ya no tendría motivo para volverse a sorprender.
33 Un novelista de nuestro tiempo
Como buen estudioso, don Fedoro Perdido vive ofuscado por los cambios que día a día se producen en las escuelas literarias. Hace muchos años que escribió una novela tan larga como su vanidad, y como desea que ésta se inscriba en las vanguardias literarias, la modifica una y otra vez hasta la majadería, escribiéndola de nuevo. Hay quienes están felices con la situación, pues don Fedoro Perdido no tiene para cuando publicar su libro.
34 Amor perruno
En París, conocí en el café “Renoir” a una dama de pasmosa figura que acompañada de un perrito de lanas, aparecía a la hora del crepúsculo para beber un café turco. Durante un mes, la vi a diario. Y como su belleza me tenía trastornado y no parecía molestarse por mi interés, me atreví un día a hablarle. “Madame, deseo ser su amigo, y mucho me gustaría acompañarla”. “Yo no sé si a mi perrito “Saladino” le parezca bien su amistad”. Y se marchó como quien lleva prisa. Al día siguiente apareció sin “Saladino” y cuando le pregunté donde estaba su perro, me respondió que se había marchado durante la noche, para demostrar su disconformidad.
35 Casa de idiotas
En aquella casa, todos eran idiotas. Incluso el gato. A la hora de las comidas, sus moradores discutían hasta quedar extenuados. Por cierto hablaban idioteces, las cuales parecían estar escritas en las tradiciones de una familia donde todo permanecía al revés. Si a uno de ellos se le ocurría decir que estaba harto de decir idioteces, los demás no demoraban de acusarlo de idiota.
36 Ojos violetas
Las veces que me miro al espejo para arreglarme la barba o peinarme, descubro que tengo los ojos violetas. En un país donde casi todos tienen ojos negros o cafés, no deja de ser un motivo de distinción.
Para destacar el color de mis ojos, visto ropas adecuadas como una manera de exaltarlos. En más de una oportunidad me he aproximado en demasía a las personas para que vean el color de mis ojos. Casi todos me felicitan y no pocos dicen que me envidian. Yo les agradezco, y subrepticiamente saco un espejito de mi bolsillo para volvérmelos a mirar.
Todo marchaba de perillas hasta que llegó al vecindario un sujeto de mi misma edad, tan parecido a mí, que hasta los de mi familia nos confundían. Por cierto tenía los ojos violetas y alardeaba tanto del hecho, que me empecé a inquietar. Una tarde, lo abordé y sin siquiera permitirle un saludo, le dije que uno de los dos sobraba en el pueblo. El, se puso a reír y para aclarar la situación, planteó echar a la suerte quien debería marcharse. Y sin demora, lanzó una moneda al aire.
El resultado no quedó claro. Cualquiera de los dos que hubiese perdido, no cambiaba las cosas. Ahora, no sé quién es quién.
37 Por amor a los libros
La mujer, altiva y hermosa como una araucaria azul, se detuvo a mirar el escaparate de una librería. Ante la sorpresa de quienes atendían el local, se robó la novela “El otro Caín” de autor anónimo y se perdió entre la multitud. Uno de los vendedores le comentó al dueño: “Yo creo que la ladrona debe ser la autora de la novela, pues hasta la fecha no se ha vendido ningún ejemplar”.
38 Novela ejemplar
En el más importante diario de Chile, en la sección actualidad cultural, se entrega una lista de las novelas más vendidas durante 1993, destacándose entre ellas “Un viejo que leía novelas de amor” de Luis Sepúlveda. “Este libro -dice el sagaz articulista- la crítica lo recomienda especialmente para el verano, a aquellos que aún no lo han leído”.
39 La mejor solución
Ahora, en estos tiempos de modernidad irresistible, donde todo se comercializa, los libros se han empezado a vender en los supermercados, en las tiendas de abarrotes, en los bazares e incluso en medio de la calle. A ningún escritor, sin embargo, le gusta que sus libros se vendan en las farmacias. De inmediato salta el chiste: “Para combatir el insomnio, nada mejor que leer la novela tal. A la tercera página, usted se quedará irremediablemente dormido”.
40 La tentación de la muerte
¿Quién habita aquella casa de la avenida Vicuña Mackenna, donde cada tarde y a la misma hora sale un féretro en una carroza mortuoria, rumbo al cementerio? Puede tratarse de una funeraria, de una iglesia, de una fábrica de ataúdes, de un salón velatorio, de la morgue, de la sede de una institución de beneficencia, de un hospicio, ¿y por qué no de un sitio donde día a día se mata a una persona bajo el amparo de la clandestinidad? Para desconsuelo del lector o para su complacencia, ninguna de estas alternativas está en lo cierto. Ahí vive un sujeto inválido que realiza un funeral de mentira, desde hace diez años, para alegrar a su herederos.
41 Un mendigo ejemplar
Sentado en una silla de ruedas, un mendigo permanece quieto durante horas en la entrada de la Catedral de Santiago. Hay tanto dolor y desamparo en su expresión, que nadie se niega a poner una moneda en la alcancía que tiene entre sus manos inmóviles.
Cuando anochece, una mujer lo recoge para trasladarlo en la silla de ruedas, hasta las proximidades del río Mapocho. Ahí los aguarda un automóvil, donde la mujer acomoda al mendigo en la parte de adelante, y en seguida pliega la silla de ruedas para ponerla en el maletero. Sin tardanza echa a andar el vehículo, y arranca como llevada por el demonio en dirección al oriente de la ciudad, mientras le obsequia al maniquí una mirada de gratitud.
42 Para llorar
Quienes se creían amigos del fallecido escritor Juan Zapatero, Premio Nacional de la Crítica, se entregaron a la loable tarea de hacer una colecta pública para levantarle un monumento en la Alameda Bernardo O’Higgins. Después de correr listas, golpear las puertas de los Ministerios, de los Bancos, de las instituciones culturales del país, apenas si lograron reunir lo suficiente, como para enviar una corona a su tumba. Como los organizadores no pretendían dejarse vencer ante la escasa generosidad de los requeridos, se propusieron subastar las numerosas obras inéditas de Zapatero. De la docena que asistió al remate, nadie quiso ofrecer ni un centavo por ellas, porque al escritor ni siquiera lo leían sus parientes. Así fue como Zapatero se quedó de zapatero.
43 Un pequeño detalle
Porque la ciudad de Santiago me atrae, sobre todo su parte antigua, recorro a menudo la calle República y sus sectores aledaños, donde se han empezado a instalar las Universidades Privadas. Cada rincón parece tener raigambre y ese encanto que no poseen las construcciones actuales. No es raro encontrar sitios donde se hizo gran parte de la historia de Chile, cuando las revoluciones o las guerras civiles, obligaban a los ciudadanos a estar siempre vestidos, para emprender la huida.
En la calle del Conde de Orgaz, aún está el caserón -hoy ocupado por un instituto de idiomas- donde los caballeros de la época se reunían a beber y bailar con mujerzuelas, las cuales se hacían pasar por damas de alcurnia. Aún se escuchan los zapateos, el son de las guitarras, del piano, los brindis y las promesas de amor, que se volatilizaban después de compartir el lecho acogedor. El cuidador del edificio me cuenta que en el dormitorio principal del segundo piso, un Presidente de la República de comienzos de siglo, se quedó dormido en los brazos de una dama muy buena para hacer equitación de alcoba, justo el mismo día en que un grupo de alzados lo fue a asesinar al Palacio de la Moneda.
44 El dentista
Desde siempre le he tenido antipatía a los dentistas. A mí, al menos me hicieron sufrir desde chico. Me pusieron frenillos, me sacaron muelas como si me sobraran y me llenaron los dientes de tapaduras. ¡Y qué hablar de su maldita máquina perforadora! Cada vez que voy al dentista, el profesional insiste en hablar cuando me tiene con la boca abierta. Yo pienso que se trata de la peor de las censuras. Si uno va al peluquero, por cierto tiene la posibilidad responder las argumentaciones del fígaro, aunque éste, para desquitarse si no le agradan nuestras opiniones, nos corte el pelo a su arbitrio.
Cada vez voy menos al dentista. Estoy aburrido de escuchar sus lamentos, malas historias y la consabida explicación: “Qué caro están los materiales”. Acto seguido, nos pasa la cuenta de los honorarios. Igual, uno queda con la boca abierta después de analizar las cifras.
45 Un drama cotidiano
Justo a la hora de almuerzo, el gasfíter llega a reparar las llaves del lavaplatos. El maletín lo acomoda en un rincón, mira las llaves descompuestas, y argumenta que será preferible iniciar el trabajo después que se desocupe la cocina. Almuerza relajado, mientras trata de conquistar a la cocinera, quien siempre está dispuesta a ofrecerle platillos de refinada elaboración.
Cuando el campo gastronómico queda despejado, abre su maletín de latón y comienza a sacar desatornilladores, alicates, pasta de soldar, rollos de cinta plástica, estopa, betún y una suerte de objetos que nadie sabe su nombre. Después de desarmar las llaves durante una hora, hace llamar a la dueña de casa, y le explica que el desperfecto es más grave de lo que había creído. Aconseja cambiar las llaves, porque a la vuelta de unos días, van a volver a gotear. “¡Y con lo cara que está el agua!”, argumenta. Abrumada por la noticia, la dueña de casa acepta resignada el arreglo y cancela sin chistar. A esas alturas, ha llegado la hora de once y el gásfiter se instala a servirse una taza de té y unos engañitos preparados por la cocinera, cada vez más convencida en aceptar sus requiebros.
A la vuelta de quince días, otro gásfiter aparece a arreglar las llaves del lavaplatos.
46 Los muertos gozan de buena salud
Cada sábado al mediodía, el poeta Guillermo Trejo, el geólogo e inventor Jorge Chelén y yo, aparecemos por la Plaza del Mulato Gil. Nos sentamos a una de las mesas del exterior del restaurante, pedimos café, agua mineral, algo para picotear y empezamos la charla. No pasa mucho tiempo, cuando se incorpora a la tertulia el ex diputado Belarmino Elgueta (siempre con algo pendiente por hacer), el abogado y escritor Miguel Saidel, el poeta y catedrático Matías Rafide y algún poeta joven, ansioso de participar en las discusiones, sobre todo si se habla del nuevo arte de escribir. Trejo, quizás el mejor conversador que he conocido en muchos años, nos cuenta de sus viajes por el norte de Africa, después que Rafide nos ha hablado de su permanencia en Egipto. Chelén lo interrumpe para referir que hace una semana logró establecer la ubicación exacta de la Atlántida, y pregunta quien de nosotros estaría dispuesto a acompañarlo en su viaje al continente sumergido.
Saidel se excusa, no sin antes sacarse el gorro de capitán de goleta, para rascarse la cabeza. Algo desencantado, el poeta joven pide permiso y se marcha, en los instantes que Belarmino Elgueta anuncia que tiene un compromiso por cumplir y se hace humo. A esto, yo reitero que la novela chilena de nuestro tiempo es aburrida, y doy mis razones para demostrarlo, justo cuando una bella muchacha se acerca a la mesa, para preguntar si entre nosotros está el escritor Nicomedes Guzmán.
-Hace muchos años que murió- le dice Trejo, deslumbrado por la hermosura mediterránea de la mujer.
-Pamplinas. Un escritor de su talla, no puede haber muerto- responde la joven y nos da las espaldas, como si se hubiese ofendido.
47 El diccionario
Revisar el diccionario, parece ser un pasatiempo provechoso. A veces se encuentran palabras desconocidas, cuyos significado resuelve más de algún problema literario. Yo, ignoraba que hubiese un sinónimo de hijo de puta, o de mala madre, como suelen decir algunos escritores para suavizar el término. Existe máncer que el diccionario de la Real Academia Española define como: “Hijo de mujer pública”. Ahora, si buscamos qué es una mujer pública, el diccionario nos remite a la palabra ramera. En el Diccionario Manual de la docta corporación, editado en 1977, dice de ramera: “Mujer que hace ganancia de su cuerpo, entregada vilmente al vicio de la lascivia”. Después de esa definición, yacer con una ramera vendría a ser una curiosa aventura. En el diccionario del año 1992, la Academia modifica su criterio, y la define como: “Mujer que por oficio tiene relación carnal con hombres.// 2. Aplícase también a la mujer lasciva”.
Otro caso digno de destacar es el significado de ateo que entrega el susodicho diccionario. Dice: “Que niega la existencia de Dios”. O sea, Dios existe. Sería mejor que dijese: “Que no cree en la existencia de Dios”. Matices dirán algunos, pero en la definición de las palabras no puede haber ambigüedad.
48 Carta de presentación
El anticuario, después de revisar viejos documentos guardados por casi cincuenta años en un baúl, encuentra una carta dirigida al Presidente de la República de la época, escrita por el novelista Majinio Austero, quien oculta su identidad bajo este seudónimo.
El tenor de la misiva es el siguiente: “Como sé que usted señor Presidente se encuentra por estos días dedicado a nombrar a los embajadores, me apresuro a ofrecer mis servicios para representar a Chile en cualquier país del mundo. Le puedo asegurar a usted, que nada sé de diplomacia, de tratados internacionales, de idiomas, ni de límites. Ignoro por completo el protocolo, las costumbres, la historia de Chile, la de las naciones vecinas, y si alguien me pregunta quién es el presidente o el rey de un determinado país, debo admitir que no conozco a nadie. Usted puede estar seguro de mi ignorancia total -pues leo y escribo con dificultad- la que estimo indispensable para representar a nuestra patria en el exterior, sin causar daño. A tal punto llega mi desconocimiento de la política del país, que debí recurrir a un amigo para saber cómo se llama usted. Tampoco le sé el nombre a sus ministros ni a ninguno de los parlamentarios, pero sí le podría informar en detalle de cómo se llaman sus amantes, sus hijos ilegítimos, de los negocios turbios en que están involucrados, de los prostíbulos y tabernas que frecuentan y de las inclinaciones torcidas de alguno de ellos”.
“En la confianza de lograr alguna de las tantas embajadas que se encuentran a disposición de los más idóneos, lo saluda con todo afecto”. Majinio Austero.
Está demás decir que el Presidente de la República no tardó en llamar al escritor, para que le dijese a cual país le gustaría ir como embajador.
49 El homenaje
La joven, como una manera de sorprender a su amante, se hizo tatuar un escarabajo en el monte de venus. “Se trata de un homenaje a Kafka” le aseguró a éste cuando después de amarla, le preguntó qué significación tenía ese insecto, recreado en la parte más sensual de su cuerpo. Debido a que su amante se sentía estimulado por aquella originalidad, no demoró en tatuarse otros escarabajos en los senos, en los glúteos, en los muslos, en el cuello, en la espalda y en los pies.
A nadie extrañó que los amantes, después de un tiempo, murieran devorados por los escarabajos.
50 Un custodio modelo
Para protegerse de los violadores, la doncella se hizo tatuar una piraña en el monte de venus. Quienes intentaban acometerla, huían despavoridos al ver cómo el pez carnívoro de boca provista de numerosos y afilados dientes, custodiaba tan apetecido acceso.
No faltó quién desestimara aquella evidente advertencia y sin consideración alguna, atacó a mansalva a la virgen. Pobre infeliz. Ustedes, me lo imagino, conocen ya de sobra el desenlace.
51 Dramón cotidiano
Desesperado don Juan Zapatero por obtener una mínima erección,
-porque desde hacía años sentía flojedad en el sexo-, se empezó a aplicar una pomada obtenida de macerar cueros de sapo. “Si la usa con discreción unas horas antes de acceder a la amada -le aseguró el boticario- el miembro se le va a poner más duro que el mango de una pala”. Obediente, don Juan se aplicó la medicina, pero sin resultados halagüeños. El boticario le recomendó entonces que se azotara el glande con ortiga. Tampoco logró nada don Juan, a no ser una hinchazón dolorosa, que lo mantuvo durante un buen tiempo lejos de sus legítimas pretensiones de mujeriego.
“Y si me forro el pene con una goma dura de caucho” pensó el iluso. Así lo hizo para disimular su ninguna erección, en momentos que pretendía tumbar a una dama. A sus desgracias anteriores unió una nueva, luego que la mujer le reclamó cierta aspereza, tras haber cogido al hombre desde el pene trucado.
“No veo solución para mi infortunio”, se lamentó el infeliz, después de haber sido rechazado. “Quizás si me hago un injerto”, elucubró al borde de querer cortarse tan inservible herramienta.
Pese a sus súplicas, ningún cirujano lo quiso intervenir. No sabían cómo reparar la pequeña protuberancia, seca y arrugada como higo de guarda.
A partir de ese día, don Juan contempla desconsolado su desdichada prolongación, que apenas si le sirve para orinar. Ahora, si el amable lector dispone de una solución adecuada, le ruego comunicarse con don Juan.
52 La ciudad ideal
Extravié mi billetera en el metro de la ciudad. No alcancé a llegar al hotel, cuando se presentó un hombre para entregármela. Quedé sorprendido. Mi dinero estaba intacto y no faltaba ni un solo papel. Quise agradecer a ese raro espécimen, pero desapareció antes de yo abrir la boca. Esa misma noche salí a caminar por la ciudad y sin darme cuenta me perdí, luego de haber seguido a una muchacha que me sonreía como si fuese su novio. “No sé cómo regresar a mi hotel”, le expliqué a un sujeto que estaba sentado en un banco de la plaza. “No se preocupe, señor”, me dijo. Y me llevó de regreso al hotel.
A la mañana siguiente, cuando tomaba mi desayuno, el gerente del hotel se presentó para preguntarme qué deseaba almorzar, pues el menú del día se iba a hacer de acuerdo a mis gustos. “Me agradaría comer albacora a la pimienta, bañada en salsa de berenjena. Después, un trozo de venado a la cazadora y de postre papayas al jugo con helado”. “Nada de lo que usted pide hay en la ciudad -alegó el gerente- pero igual lo vamos a complacer”.
Llegada la hora de almuerzo, todo lo que yo había pedido estaba listo para servirse. “Me gustaría -le dije al mozo en mi ánimo de complicarlo- beber un Lácrima-Christi, Moscatel de 1980”. Tras unos minutos, apareció con el vino. Mi asombro aumentaba y no entendía cómo en esa ciudad todo parecía funcionar de maravillas. “Señor -le advertí al mozo- de bajativo quiero arak de Beit Sahour”. El sujeto no demoró en complacerme, lo cual me empezaba a enfurecer. “Sabe- le dije en tono amenazante- no voy a pagar la cuenta del hotel, menos esta asquerosa comida”.
El gerente, no tardó en aparecer para darme las excusas, mientras me pasaba el libro de reclamos para que escribiese mis quejas. “Todo en esta ciudad es una auténtica basura. Me incomoda su funcionamiento perfecto” le grité.
Al cabo de unas horas, llegaron al hotel las más altas autoridades de la ciudad, a ofrecerme la alcaldía.
53 La pordiosera
Cerca del mediodía, cuando el Parque Botánico de Magestus se hallaba repleto de transeúntes, aparecía una mujer tan vieja y asquerosa como la alfombra de un asilo. Llevaba colgada del hombro un hato y su sola presencia producía malestar en la multitud. No pocos la insultaban entre amenazas, debido a que se instalaba por ahí a comer unas porquerías que sacaba de sus bolsillos de payaso.
En invierno encendía una fogata para capear el frío. Si tenía que hacer sus necesidades, utilizaba impúdicamente el tronco de una paulonia, donde se instalaba. Quienes cuidaban el parque no se atrevían a enfrentarla, pues la pordiosera les gruñía y les lanzaba maldiciones.
Así, por años, frecuentó el Parque Botánico, hasta que un día de otoño se quedó dormida para siempre junto a su paulonia predilecta. Como nadie quiso saber nada de ella, la infeliz desapareció bajo la hojarasca.
En primavera, mientras unos niños jugaban al pillarse, encontraron unos huesitos desparramados junto a la paulonia. Desde ese día los usan para asustar a los visitantes del parque, pues al agitarlos cuentan historias de incomprensión.
54 El oboe de amor
Mientras la miraba, se empezó a sacar el vestido por encima de la cabeza. A mis ojos llegó la redondez de sus formas, la geografía sinuosa de sus caminos de gloria, quizás nunca transitados. En ropa interior me pareció la luna, cuando navega en el cielo entre retazos de nubes. Ahí, al alcance de mi mano, se me antojó una niña, cuyos estallidos de virginidad inundaban el estudio. Me aproximé y al rozar su cabellera, sentí el estremecimiento de quien se apronta a conquistar su territorio. Bajo el peso de mis ansias, no se atrevía a mover. Parecía estar arrepentida de haber aceptado ese encuentro, las provocaciones de macho que a diario le insinué durante meses. Al besarle el cuello, el aroma de su sorpresa me quemó los labios. “Al menos -le dije- permite estas caricias de amor y después, si deseas, puedes marcharte”.
La vi dudar, pero no hacía nada por zafarse de mis brazos que en esos instantes la aprisionaban, como si fuese la última vez que iba a amar en mi vida. “Profesor- dijo-; me gustaría tocar el oboe de amor”. Yo, sorprendido, la liberé de mis brazos. Ella no demoró en desabrochar la caja del instrumento, y como la más aventajada de mis alumnas, cogió sin titubeos el oboe y se puso a interpretar para mí, una bella sonata de Antonio Vivaldi.
Los acordes de la melodía culebreaban por mi espinazo, como si por él pasara el aire de sus pulmones. Nunca antes la había visto ejecutar el oboe con la suavidad de plumas, con la dedicación de artista excelsa, compenetrada en su pasión de niña dispuesta a aprender el difícil arte de un instrumento de música, cuyas llaves movía a la perfección.
Cuando la melodía llegaba a su término, las visiones más dulces empezaron a colmar mi espíritu, a esas alturas sujeto a las decisiones de la intérprete. Estuve en el cielo jugando con las vírgenes; en el infierno compartiendo el lecho de las concubinas de los califas; en el purgatorio dedicado a provocar a las amantes de los artistas; en el limbo esperando que la inocencia estimulara mis deseos de amor, y en la tierra merodeando los sitios donde se obsequia el placer.
Hoy, no podría precisar en qué lugar encontré la mayor de las dichas, pero sí debo reconocer que mi alumna, toca el oboe como una diosa.
55 Escritores versus pintores
A veces, cuando me fatigo de tanto escribir y las ideas se arrastran penosamente sin entregarme soluciones adecuadas para resolver un párrafo, me pongo a pintar. He oído que a los pintores les sucede lo mismo. No sé si convendría que por un tiempo los pintores se pusieran a escribir y los escritores a pintar. Así, no sería raro encontrar novelas de Roberto Matta, de Claudio Bravo o poemas de Fernando Botero. Y por otra parte, óleos de García Márquez, Isabel Allende y acuarelas de Luis Sepúlveda.
Todo sería mucho más divertido. Es necesario pensar al revés, intentar lo inabordable en la búsqueda incesante hacia las utopías. Ahora, debo confesar que desde hace muchos años, es mi mujer quien escribe mis novelas, y yo quien pinta sus cuadros.
56 Cada uno tiene su sueño preferido
En mis sueños me he visto envuelto en las situaciones más estrafalarias. Vuelo, más bien levito; viajo a latitudes desconocidas; amo a mujeres que en la vida real no me darían ni la hora; me ahogo en el mar; zozobro en embarcaciones cuya fragilidad parece ser una tontería; naufrago; regreso a estudiar al colegio donde no están mis compañeros de curso; se me extravían los originales de mis novelas (lo cual puede ser bueno para algunos) se me caen los dientes; bichos repugnantes anidan en heridas de mis muslos y huyo despavorido por largos corredores, cuyo final no está a la vista. También sueño que soy amigo del presidente de mi país, quien me pide un consejo. Yo, lo único que le digo es que se cuide de los aduladores. Quizás este sea mi sueño preferido, pues despierto con el repiqueteo del teléfono. Es el presidente quien me llama a mi casa, para decirme que seguirá al pie de la letra mi consejo.
57 Bárbara
Dicen que Bárbara murió al día siguiente de haber cumplido los quince. La enterraron camino a Zapallar, en el cementerio de Papudo. Allí, junto a los acantilados y al rugido espumoso de las olas, su tumba mira hacia la mar, de donde la sacaron ahogada.
Unos cuentan que la niña jugaba en las rocas, cuando una ola gigante le cayó encima. Otros, hablan de desventuras de amor y que voluntariamente se arrojó a la mar. No falta quien asegura que, un miserable la empujó al agua para saber si sabía nadar. Yo no creo en ninguna de estas historias. Para mí, Bárbara vive. La he visto caminar descalza junto a la orilla de la playa, cuando se pone el sol. Desde la distancia me hace señas, no sé si para pedirme que la acompañe o para demostrar que existe. Como todo hombre soñador la sigo tras sus huellas, algunas ya borradas por las olas y otras, que perduran como si estuviesen esculpidas en la arena. Así, mi caminata me conduce al cementerio donde dicen que está enterrada. Miro su callada tumba. En la cubierta de piedra de granito, su nombre parece un desafío a la credulidad.
Al regresar a Papudo, cuando la noche enturbia el crepúsculo, la veo correr por la playa de vuelta a su casa.
58 Good by, tío Sam
Para distraer su ocio, el rey de Europa junta sellos de correo. Ha reunido miles desde cuando empezó su pasión filatélica. En su colección los hay del reino de Siam, de la Cochinchina y de Inglaterra, por nombrar algunos de los países que ya no existen. Tal vez el más curioso de sus sellos sea el de Estados Unidos de Norteamérica editado en 1988, donde aparece la estatua de La Libertad, en cuyo pie hay una leyenda que dice: “Tu símbolo, oh señora magnífica, nos unirá para siempre”. Nostálgico pensamiento para un país, ya completamente desmembrado por las guerras civiles.
59 La santidad de una estrella
Juntar estrellas no debe ser un pasatiempo sencillo. A veces en las noches, suelen cruzar el firmamento, pero van a caer a millones de kilómetros de distancia. Pese a esta dificultad, una joven del Mato Grosso ha logrado reunir en su casa pedazos de estrellas que pacientemente ha ido coleccionando. Para lograrlo, recorre la selva, navega por los caudalosos ríos en frágiles embarcaciones, viaja a donde se le antoja, y carente de temor, enfrenta a feroces animales salvajes. Quizás su mayor hallazgo consista en una estrella del tamaño de una nuez, que encontró abandonada en un cementerio.
Quienes la han visto, comentan que tal vez se trate de una vértebra extraviada de Dios, el mismo que tuvo la ocurrencia de crear el universo.
60 Lector impenitente
De tanto leer El Quijote de la Mancha, Esdrúbal se lo aprendió de memoria. Conocía a sus personajes en profundidad, al extremo de saber en cuales capítulos figuraban. Y si esto no fuese nada, podía recitar cualquier párrafo de la novela, si alguien le hacía mención a un hecho conocido del texto. Para mostrar esta particular aptitud, Esdrúbal recorría los pueblos de Chile desafiando a empleados públicos, amas de casa, vendedores ambulantes, profesores de castellano y a sus alumnos, a que le preguntaran cualquier asunto del Quijote. Todos quedaban deslumbrados ante la sabiduría de Esdrúbal, cuya prodigiosa memoria nadie se podía explicar.
En la escuela de Rincón del Abra, un niño le preguntó el nombre del autor del Quijote. Esdrúbal se puso a reír como un payaso bobo, pues nadie le había hecho jamás tal pregunta. Pensaba decir el nombre del autor, cuando se dio cuenta que se le había olvidado.
61 El guiñador
¿Quién podría ser ese individuo vestido de gris, que todas las mañanas se para a la entrada del Ministerio de Guerra? Ahí, imperturbable, aguarda la aparición del coronel Martínez para guiñarle un ojo. Cumplido su propósito, se escabulle entre la multitud.
Como el coronel Martínez aspira a rápidos ascensos, nada pregunta, menos indaga sobre ese extraño personaje, al suponer que si lo hace, puede molestar a sus superiores. Quizás, piensa el coronel, el sujeto lo vigila para saber si ha llegado sano y salvo a su trabajo. Visto así el asunto, parece normal, ¿pero si se trata de quien desea asesinarlo uno de esos días, porque ha caído en desgracia? Aunque lo que más lo inquieta -debido a su carácter frío- es el hecho de por qué le guiña un ojo.
Al coronel Martínez, miembro de la Central Necesaria de Inteligencia de su país se le ocurre, como última solución, mandar a detener al sujeto para interrogarlo, pero su actitud puede perjudicar su fama de hombre sagaz. De hecho, nunca llegaría a ser jefe un atolondrado.
-Me guiña un ojo todas las mañanas, y luego desaparece sin dejar rastro- le confidencia a su esposa. Ella, procura calmarlo y le responde que a lo mejor se trata de alguien instruido por sus superiores, para conocer su capacidad de análisis.
A la mañana siguiente, el coronel decide interrogar al guiñador, pese a los riesgos, porque de no hacerlo, teme sufrir una depresión. Apenas llega al Ministerio de Guerra se dedica a buscarlo, pero no lo halla. Espera unos minutos e incluso más del tiempo prudente, y como el guiñador no aparece, decide regresar a su casa.
Después de unos días, vestido de gris se instala a la entrada del Ministerio, para guiñarle el ojo a quien lo reemplaza en su cargo.
62 Su majestad la mosca
En su majadera insistencia, la mosca sobrevolaba los platillos servidos para el banquete. Uno de los mozos se dedicó a espantarla con un delantal, pero al ver que el insecto no se alejaba, fue a buscar un matamoscas. Como no pudo liquidarla con el instrumento, pues el bicho se las ingeniaba para huir de ser aplastada, decidió usar un fumigador provisto de un poderoso insecticida.
Horas después morían todos los comensales intoxicados, mientras la mosca se dedicaba a sobrevolar los cadáveres.
63 La vida, ¿es sueño?
A veces, me da por inventar máquinas. No hace mucho ideé una para soñar. Cuando le hablé a mis amigos del asunto, se rieron de mí y me acusaron de estar demente. “Para soñar -argumentan- sólo es preciso dormir, o si se está despierto, pensar en cosas inalcanzables”. Yo, a la vez me río de ellos. Y como deseo soñar algo que me satisfaga, me acuesto en la cama, pongo alrededor de mi cabeza unas cintas conectadas a un estimulador eléctrico, -el que a su vez está conectado a un aparato donde he seleccionado lo que deseo soñar- y espero por mi historia.
Este último tiempo he deseado soñar que tengo alrededor de 25 años, que son muchas las mujeres que dicen amarme, que las ideas para escribir son tan variadas y abundantes, que resulta una delicia estar conectado a la máquina. Es así, como he escrito versiones mejoradas de “La Biblia”, de “El Decamerón”, de “El Quijote de la Mancha”, mientras por mi lecho pasan Cleopatra, Scherezada, George Sand y La Quintrala.
Cuando despierto, me queda la sensación de haber rebasado los límites de la cordura, y sólo me asiste el deseo de volver a los sueños de mi pobre realidad.
64 Lector pertinaz
El general de la Cuadra, aburrido de leer obras de autores de moda -mientras aguarda ser ahorcado por envenenar al Presidente de la República- pide a los carceleros que le lleven la novela “Cada mañana un recuerdo”, donde figura como uno de los personajes más importantes. Cuando concluye de leerla le escribe al autor para pedirle, que si lo ahorcan, modifique el desenlace de la novela, incluyendo este nuevo final. El autor no demora en contestarle que gustoso lo haría, siempre que el general le dijese si lo hace por vanidad, o por el deseo de causarle problemas a los editores.
65 Un sobrino de los nuevos tiempos
El deseo más recurrente de Pascal Bermejo, era matar a su tía. La idea le surgió el mismo día en que se fue a vivir con ella, después de haber quedado huérfano. La tía de Pascal Bermejo lo cuidaba como si fuese su madre; lo alentaba a luchar por la justicia y a estudiar con entusiasmo, -entre muchas otras inquietudes- porque deseaba verlo transformado en un hombre de bien. Pese a todos estos cuidados, el sobrino la despreciaba. Y para demostrar su odio a su benefactora, urdía todas las noches un sistema para eliminarla.
Una noche, como Pascal Bermejo no pudo soportar más, después de que su tía le preparó una exquisita cena, luego de haberle lavado la ropa, decidió matarla.
Como un canalla, la esperó detrás de la puerta y no bien la vio aparecer, le enterró repetidas veces una cuchilla en el cuello, hasta que la mujer se desplomó. Desde el suelo, la moribunda alcanzó a decirle: ” Yo también te odiaba”. Quizás fueron estas palabras, la que convencieron a Pascal que su crimen estaba plenamente justificado.
66 El rey hechizado
En la plaza de Requínoa en Chile, hay un monolito para conmemorar la fundación del pueblo. Tiene una inscripción tallada en la piedra que dice: “Hacia 1681, cuando pasó de incógnita por aquí el rey de España don Carlos II el Hechizado, se enamoró de una moza del lugar, (de allí su sobrenombre). En homenaje a ella fundó este pueblo, al que hizo llamar: ‘Región de la quinceañera noble como el vuelo tranquilo de una alondra’. Y que su escribano trasformó en la palabra Requínoa, recogiendo las sílabas re: de región; qui: de quinceañera; no: de noble y a: de alondra”.
A mí no me consta que sea verdad esta singular historia, pero nadie puede negar que se refiere a un hecho digno de ser contado.
67 El gato de siete vidas
A lo largo de su existencia, don Julián sobrevivió de milagro a varias muertes seguras, como si fuese un gato. La primera de ellas sucedió cuando tenía cinco años, donde fue arrollado por el tren. No obstante apenas si recibió uno que otro rasguño. Diez años después, una máquina trilladora lo cogió entre sus aspas, aunque salvó ileso. Al cumplir los treinta, se tragó casi entero el río Tinguiririca mientras se bañaba, pero no se ahogó. A los cuarenta y dos, un marido celoso le metió cinco balas en el pecho, sin embargo ninguna de ellas le dañó los centros vitales. Cumplidos los cincuenta y tres, tuvo un infarto al corazón, y terminó en la mesa de operaciones. A los sesenta y ocho comió un guisado de mariscos podridos, y no se envenenó de milagro. Y a los setenta y nueve, soñó que se moría de verdad y ahí sí que le sobrevino la muerte.
68 Piedras en el camino
Para distraerme, y nada de temeroso que me salgan verrugas, me pongo a contar las estrellas. A veces logro contar un millar, pero termino por perderme en la inmensidad de la bóveda celeste. Mis concubinas ven con sorpresa esta extraña inclinación mía, y me desafían a que cuente las gotas de agua del mar, y por qué no las de lluvia. Yo, para seguir el juego les advierto que voy a contar las piedras de los caminos y me marcho de la casa. Después de meses regreso y les muestro el fruto de mi viaje, registrado en un cuaderno. “Cada raya vertical anotada en las hojas es una piedra. Ahora, a ustedes les corresponderá contarlas”.
Ellas observan desconsoladas el cuaderno de mil hojas, repleto de rayas y no vuelven a burlarse de mí.
69 Un regalo original
El día de su cumpleaños, Mireya recibe entre muchos regalos un camafeo de obsidiana, donde está la efigie de un dios azteca. Como es supersticiosa al color negro, lo guarda en un cajón bajo llave y trata de olvidarse de la piedra. Meses después, por azar abre el cajón y encuentra su propio rostro tallado en el camafeo. Al mirarse en el espejo, descubre que no tiene rostro.
70 Advertencia fatal
Cada noche, después de las doce, Valericio Guzmán es despertado por quien se sienta a los pies de su cama. Mira en todas direcciones, pero no encuentra a nadie. Un día, dispuesto a terminar con esta situación, decide permanecer despierto para sorprender al intruso. Cerca de las dos de la madrugada, siente cómo una fuerza irresistible lo empuja a levantarse de la cama e ir a sentarse a los pies de ella. Desde allí observa que él continúa acostado, aunque ha muerto.
71 De nuevo el otoño
Desde mi ventana, veo caer las hojas de la paulonia, cuando asoma abril. Año a año, el mismo proceso de la naturaleza me hace meditar en este hecho sagrado, que tanto se parece a cómo se desvisten las mujeres. Ya próximo el invierno, sólo quedará el desnudo árbol, mientras las primeras lluvias herirán su corteza. Si aún permanece una hoja adherida a una rama, podría simbolizar cierta expresión de pudor, o la invitación a recrear la imagen de alguna mujer deseada. Una analogía para tener en cuenta, si uno es tentado por visiones voluptuosas.
72 La pelota de goma
Después de lanzar lejos su pelota de goma, el niño corre detrás de ella. Así, por espacio de varios minutos juega en el parque, bajo la mirada atenta de su institutriz. De pronto, extravía la pelota entre unos arbustos y se pone llorar. La institutriz llama a uno de los guardias y le explica lo sucedido. Alerta a los requerimientos de la mujer, el hombre empieza a buscar la pelota. Como no la halla, vuelve donde la institutriz para decirle que el niño nunca tuvo una pelota de goma.
73 Incertidumbre
Como ayer no cometí ningún error, hoy debería empezar a preocuparme.
74 Carta de apoyo
Me escriben desde todas los lugares del mundo para decirme que no hay nadie más inteligente que yo. A partir de este reconocimiento, me atrevo a despotricar en contra de las instituciones del país; a insultar a quien se me ocurre; a tratar de idiota a los sabios y de prostitutas a las mujeres que se han negado a compartir mi lecho. No sé si soy más feliz que antes, pero no puedo negar que los halagos, al menos en mi caso, han servido para hacerme sentir redentor de la humanidad.
75 Una manera singular de leer
Comenzó a desvestirse con insolente desparpajo. Se trataba de una hembra encantadora, al menos en su físico, lo que produjo un alboroto en quien la miraba desde la cama. En un par de minutos quedó en cueros, como si deseara darse un baño de tina, aunque no había ningún artefacto que pudiese satisfacer aquella justa aspiración.
Al inclinarse, dispuesta a recoger las ropas que había arrojado al suelo mientras se desvestía, mostró la abundancia y gloria de sus nalgas, cuya redondez podría compararse a una redoma de cristal. Ahí, en ese instante supremo, cuando el hombre la invitó a compartir el lecho porque sus ansias sobrepasaban el límite de la cordura, la mujer le explicó que había llegado la hora de leer un buen libro, lo cual podrían hacer juntos, tendidos en la cama. -No me parece lo más adecuado en un momento así- alegó el hombre, mientras intentaba acomodar la cabeza en la almohada.
-¿Acaso no has pensado que una buena lectura aumentaría las ganas de amarnos?- respondió la hembra, acercándose al lecho.
-Está bien- dijo el hombre, y para demostrar su contrariedad se cubrió la desnudez con las sábanas. Y agregó, al ver que la mujer se tendía junto a él, dispuesta a cumplir su objetivo:
-Nada de leer libros voluminosos. Podríamos terminar quedándonos dormidos.
Ella sonrió lo necesario, como para señalarle a su compañero que no estaba dispuesta a llevar al lecho ningún libro de más de 200 páginas, y menos todavía de algún autor tedioso. Ahora, no sabía si lo iban a leer juntos, o él pensaba entretenerse en otra cosa. Así fue cómo, a modo de zanjar las dudas, desde el cajón del velador sacó la novela “La sangre no llegó al río”, cuyas 125 páginas a nadie podían asustar.
El hombre miró de reojo el libro y sin otras consideraciones, entendió que la mujer lo pensaba leer íntegramente. Hizo apresurados cálculos y dedujo que a lo menos ocuparía seis horas y media en devorarlo. Ni se sorprendió cuando la mujer lo empezó a engullir página a página, como si se tratara de un trozo de torta, porque no sabía leer.
76 Sueños para ser soñados
A veces sueño que estoy despierto, y cuando despierto me queda la sensación de seguir soñando. Así durante días me debato en esta incertidumbre, aunque ella me proporciona la rara dicha de sentirme partícipe de un juego sobrecogedor. Ahora, por ejemplo, no podría atestiguar si sueño despierto o duermo en procura de otros sueños.
77 Soñar en vano
Rafael no sabía el significado de soñar. Noche a noche trataba de tener sueños, pero no lograba conseguir ninguno. Llegaron a tanto sus deseos de soñar, que viajó a un lugar remoto, pues le habían dicho que ahí todos soñaban. La primera noche, no bien arribó a destino, se acostó temprano para poder soñar. Nada consiguió. A la segunda noche, hizo un nueva tentativa, pero ésta le resultó de nuevo fallida. La tercera noche, no quiso quedarse dormido y tuvo infinidad de sueños.
78 Los majaderos
Uno tras otro lustrabotas, importunaban al apacible bebedor de café, que sentado a una mesa al aire libre, disfrutaba de la infusión, cuando la tarde mostraba su esplendor.
-¿Quiere usted lustrarse el calzado?- le decían con majadera insistencia. El bebedor de café, ante el asedio que parecía no terminar nunca, pensó marcharse del lugar. Como le resultaba grato estar ahí bajo la frondosidad de las acacias contemplando a las personas que paseaban, no tuvo más ocurrencia que sacarse los zapatos y meterlos en un maletín, donde llevaba el acta de defunción de su amada, muerta el día anterior.
Al cabo de unos minutos, aparecieron unas monjas de la caridad a ofrecerle zapatos viejos, que recolectaban en los barrios donde vivían las personas pudientes.
79 Para ser contado a la medianoche
Cada noche, al llegar a su casa y abrir la puerta de calle, Teodolfo encontraba a un hombre parado en el umbral, que lo saludaba y desaparecía en menos de un segundo, desvanecido en el aire.
“Quizás imaginas esa historia” le comentó su mujer a modo de tranquilizarlo, pero Teodolfo insistía en la veracidad de su relato, porque noche a noche le sucedía lo mismo.
“Una de estos días evita salir y ponte tú mismo detrás de la puerta a ver qué sucede”, le recomendó su mujer.
Teodolfo así lo hizo y no se sorprendió, cuando desde la calle vio llegar al hombre, quien después de saludarlo, marchó a compartir la alcoba con su esposa.
80 Cuernos de Alce
El creía ser el mayor cornudo del pueblo, debido a que no bien su joven esposa asomaba la nariz en la calle, una turba de admiradores le decía piropos, siguiéndola hasta donde iba. Y ella, parecía disfrutar de estas manifestaciones, pues movía mejor las caderas, echaba los hombros hacia atrás para acrecentar la bondad de su busto -de por sí ya generoso- y agitaba la cabeza con el ánimo de hacer bailar su cabellera.
“No deberías salir tanto a la calle” se quejaba su esposo al conocer la conducta de quien tenía 43 años menos que él, pero la mujer no quería resignarse a permanecer enclaustrada, después de haber experimentado las turbulencias del asedio, aunque se esforzaba para que alguien se atreviera a más.
Durante las noches imaginaba cómo un joven apuesto compartía su lecho, quien le entregaba sin mezquindad alguna, toda la potencia de su pasión, mientras el esposo rumiaba la limitación porfiada de la edad, luego de haber intentado en balde, una pequeña arremetida amorosa.
A tanto llegó a fantasear en el amor, que decidió hacerse de un amante. Y como no deseaba herir a su marido con sorpresas desagradables, le comunicó su propósito. El hizo sus cálculos y al fin aceptó, porque se ajustaba más a su carácter, ser cornudo avisado, que cornudo inadvertido.
81 Visita inoportuna
-Ese fulano vestido de negro -le dijo el mozo al dueño de la cantina- no tiene olor.
Y le explicó, que mientras le servía una cerveza espumosa, trató en vano de encontrarle el más sutil de los tufillos, pero el sujeto no trascendía a nada.
-No es bueno para la reputación del local -dijo el cantinero- atender a alguien así. ¿Estás seguro que no tiene ningún olor?
El mozo, luego de mover la cabeza en sentido afirmativo, se marchó a atender a otros clientes.
El cantinero se acercó al hombre de negro y le preguntó si era cierto que no tenía olor.
-Así es señor- dijo el aludido y siguió impasible bebiendo su cerveza.
-¿Ni siquiera tiene usted olor a sobacos, o mal aliento?
-Ahora, no tengo olor a nada- se excusó el extraño.
Después de un instante, quienes permanecían en la cantina, se enteraron del asunto. No tardaron en producirse las primeras manifestaciones de rechazo en contra de quien llegaba hasta ahí, sólo a alterar la convivencia entre los numerosos parroquianos.
-Si al menos usted tuviese olor a incienso- le dijo el mozo, cuando le servía una segunda cerveza.
El interpelado volvió a insistir en su condición de inodoro. Y para confirmarlo, le arrojó una bocanada de aliento al mozo, quien sin demora, pudo atestiguar que le decían la verdad.
Transcurridos unos minutos y como el extraño continuaba sin heder a nada, el dueño de la cantina le suplicó que por favor se marchara.
El hombre de negro salió a la calle. Tras recoger su tridente se puso a sobrevolar el pueblo, mientras lo impregnaba de olor a azufre.
82 La ejecución
El verdugo que tenía la cabeza cubierta con una capucha negra, descargó el hacha sobre el cuello del condenado a muerte. El golpe resultó fallido, pues el filo del hacha se melló, sin haber separado un milímetro la cabeza del tronco de quien iba a ser ajusticiado. Entonces, el verdugo cogió el hacha de reemplazo y volvió descargar un segundo golpe. También la nueva hacha resultó averiada. A partir de ese día se suspendieron las ejecuciones de los robot.
83 La joya más preciada
Al pretender bajar la anciana del automóvil donde iba de pasajera, se le cayó al suelo el prendedor de esmeralda que llevaba en la solapa del abrigo. Cuando se agachaba a recoger la joya, pasó un camión pegado al automóvil. La anciana no pudo esquivar la muerte, al ser aplastada por su propia puerta. Cuando el conductor del automóvil le fue a prestar socorro, no pudo entender por qué, la anciana tenía un trozo de vidrio empuñado en la mano.
84 La estrella abandonada
Cada mañana, el mendigo revisaba los tarros de basura, por si hallaba algo de comer. Un día, ante su sorpresa encontró una estrella, igual a las que hay en el cielo. Como ignoraba cual podría ser su utilidad, le pidió consejo a otro mendigo. “Quizás se la puedes vender a un astrónomo, a algún país poderoso o entregársela al alcalde para que ilumine la ciudad”. Como ninguna de estas soluciones le parecieron adecuadas, el mendigo se la regaló a un niño ciego.
85 La rueda
Después de recorrer varias cuadras en automóvil, el conductor descubre que al vehículo, le han robado las cuatro ruedas. Y reflexiona: la invención de la rueda, sólo puede deslumbrar a los necios.
86 Nuestro tiempo
Al cabo de diecisiete años de investigación, el matemático Miguel Angel Cumsille, logra establecer la cuadratura del círculo. Las autoridades académicas del mundo se complacen de tan esperado descubrimiento, y se preguntan si Miguel Angel Cumsille intentará, ahora, desatar el nudo gordiano.
87 Lector apasionado
Mientras leía, descubrió que lentamente empezaba a ver borrosas las letras. Al mirar por la ventana hacia el exterior, se dio cuenta que se había hecho de noche.
88 Canto matinal
Los canario del pueblo, para demostrar su regocijo por la llegada de la primavera, decidieron cantar a la misma hora. El vecindario no demoró en salir de sus casas, deseoso de disfrutar de aquella fiesta melódica. De tal suerte, las calles se vieron invadidas de entusiastas y el tráfico se detuvo por toda una mañana. La policía, como una medida disciplinaria, decidió detener por
alborotadores, a los dueños de los canarios.
89 Premio Nobel
-En el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura -aclara el fulano- se han cometido injusticias imperdonables. No lo recibieron en su oportunidad, León Tolstoi, Pío Baroja, Jorge Luis Borges y El Dante.
-Pero si en los tiempos de El Dante aún no se había instituido- aclara quien comparte su mesa en el café.
-No importa. Pero igual no se lo dieron. (Opción primera)
Opción segunda: Ahí radica, entonces, la mayor de las injusticias.
Opción tercera: No. Yo me refería al poeta chileno que escribió la Vida Nueva.
90 Otro Premio Nobel
-¿Sabía usted, que a ese señor de cabellera larga y barbas de profeta, gran promotor de maravillosas campañas por la paz universal, no le han querido dar el Nobel de la Paz.
Quien lo escucha, pregunta por el nombre del personaje.
Y la respuesta no tarda en llegar:
-Dicen que se llama Jesucristo.
91 Asunto de lógica
Entre los miembros del jurado que va a otorgar el Premio Nobel de Química, se encuentra Satanás, quien utiliza todas las artimañas y diabluras conocidas, para otorgarle el codiciado galardón, al descubridor del ácido sulfúrico.
92 Propuesta indecente
Me pregunto a menudo porqué aún la Academia Sueca, no me ha concedido el Premio Nobel de Literatura, si he publicado 380 novelas, 149 libros de cuentos, 228 poemarios, 117 ensayos y 313 piezas de teatro, además de tener un total de 451 obras inéditas y estar dispuesto a escribir unas cuantas docenas de otros textos. A lo mejor la docta corporación, debido a sus peculiares formas de evaluar a los postulantes, haya desestimado mi nombre, después de haberse enterado, a través de un artículo escrito por el poeta Miguel Arteche, que soy politeísta, que tengo concubina, y que me hago llamar Califa de Bagdad, por el puro gusto de fastidiar.
93 Alternativa
Como no deseo condenarme, niego la existencia del infierno.
94 La mujer virtuosa
Gertrudis jamás dice palabrotas, ni anda por ahí ofreciendo sus particulares atributos de hembra bella y apetecida como agua en el desierto. De madrugada se le ve en misa vestida de negro, cubierta la cabeza con un velo de devota. En las tardes, organiza colectas para ayudar a los pobres; y en las noches, ella misma se preocupa de socorrerlos.
Yo la he amado en silencio desde cuando la veía jugar a la viudita del Conde Laurel. Ahora, después de haber florecido en vivacidad y secreta seducción, casi no duermo pensando en ella. La acecho, la recorro con mis ojos atribulados de pasión, mientras imagino que la disfruto a merced.
Ella, muy bien conoce el sentido de mis propósitos y para aquietarme, lee delante de mí, pasajes de la Biblia o algún libro piadoso.
-Uno de estos días -le digo- besaría aunque fuese tu sombra.
Gertrudis sonríe, y me pregunta si ello calmaría mis ansias.
Como le respondo que sí, se compromete a desnudarse para que al besar su sombra, pueda yo gozar en plenitud de todos los atributos de su cuerpo.
95 La infancia
Desde hace un tiempo, veo sentado a un niño desconocido en la puerta de mi casa. No me atrevo a preguntarle nada, por temor a descubrir quién sabe qué hecho turbio de mi pasado. Ni siquiera le he ofrecido abrigo o algo de comer para mitigar sus penurias, pues observo su desamparo. El me mira en silencio, pero nada dice. ¿Y si se tratara de la imagen de mi mismo cuando era niño? Esta sola idea, frena mis deseos de conocer la verdad.
96 Recordatorio
Cerca de las doce de la noche, se escucha una violenta explosión. Toda la ciudad despierta y comienzan las conjeturas. Hay quienes hablan de alguna bomba arrojada por anarquistas. Otros, dicen que ha empezado la revolución y no falta quienes argumentan que se trata de la colisión de dos aviones en vuelo. Como nadie logra dar con la verdad, el dictador vuelve a estornudar en un amplificador de sonidos, para aterrorizar al país.
97 La corbata
Me pongo la más hermosa de mis corbatas y salgo a exhibirla por la ciudad. Nadie deja de admirarla e incluso hay quienes aplauden mi buen gusto. Así, voy de un lugar a otro, hinchado de vanidad hasta que un mendigo me pide una limosna. Como no tengo dinero le obsequio la corbata. El mendigo se la pone anudándola en forma tan irresponsable, que muere ahorcado.
98 El reloj
Al mirar una y otra vez la hora, el hombre descubre que las manecillas de su reloj giran en sentido contrario al normal. Una sensación de incertidumbre le repta por el espinazo, y se pregunta si va a poder viajar al pasado.
99 Análisis
El fulano, después de caminar una cuadra, se detiene por unos segundos a descansar, y se pregunta si la causa de su maldita cojera se debe a que tiene la pierna derecha más larga, o la izquierda más corta. Para resolver el dilema se mide las piernas con una cinta de medir. Como establece que entre una y otra no hay diferencia alguna, le echa la culpa al empedrado.
100 Pensamiento
Las mujeres deberían hablar la mitad de lo que piensan. Y de ésta, callar la mitad.
101 Cautela
Los hombres sensatos deberían decir sólo cuanto aconsejan las circunstancias, aunque por tal causa estuviesen obligados a permanecer mudos.
102 Infortunio
Una mujer muda es una desgracia para sus padres, pero una bendición para el marido.
103 Diferencias
En la mujer, el silencio es sinónimo de cordura; en el hombre, de timidez.
104 Equilibrio
Hablar lo indispensable, resulta parecido a beber lo necesario.
105 Semejanza
Si el loro es capaz de hablar, también lo puede hacer un necio.
106 Prudencia
Las necios deberían medir cada palabra que dicen, aunque se pasen el día midiéndolas.
107 Acierto
Decir palabras de más es como ponerse el abrigo en un día de calor.
108 Preferencia
Entre el ruido de dos necios que discuten y el de los truenos, prefiero el murmullo de las hojas.
109 Abundancia
Si los tontos abundan, se debe a que es la actividad humana más sencilla de realizar.
110 Problema
De los tontos me conmueve su inocencia, pero me aterra su deseo de figuración.
111 Nuestro tiempo
Que fácil es ascender por encima de los cadáveres de los adversarios.
112 Novedad
Entre lo original y lo trillado hay una coma.
113 Solución
Las necios sólo deberían hablar cuando duermen.
114 Más solución
Las necios sólo deberían hablar cuando nadan bajo el agua.
115 Idealidad
Quien ama tanto a la esposa como a la amante, es mejor que busque otra mujer.
116 Lógica
La puerta de entrada, también sirve para salir.
117 Amigos
A los auténticos amigos se les prueba en los momentos de indigencia.
118 Conducta
Con la amante, todo; con la esposa, lo necesario.
119 Escritor
Quien miente demasiado, está llamado a ser escritor.
120 Gustos
Entre leer una novela tediosa o discutir con un necio, prefiero acariciar a mi perro.
121 Creador
Los buenos escritores, escriben sobre sus experiencias; los mediocres de las ajenas; y los excelentes, acerca de lo imposible.
122 Posibilidad
Me gusta leer novelas, donde desaparece el autor y uno es el protagonista.
123 Fraudes
Los mayores fraudes se cometen en literatura. Cualquiera puede escribir, por el puro gusto de causar asombro.
124 Incógnita
Aquella mujer de ojos de hurí, me hace un gesto para que la siga. Subimos y bajamos calles hasta llegar a un cementerio. La veo aproximarse a una tumba abierta, donde arrodillada se pone a rezar y luego desaparece como desvanecida en el aire. Por la ancha avenida de añosos cipreses observo a un cortejo fúnebre que se acerca. Se detiene justo en la tumba abierta. Ahí depositan el féretro, luego de una breve ceremonia.
Quién sabe si es mi propio funeral, o el de la mujer de los ojos de hurí. Me gustaría que el lector ayudara a descifrar este enigma.
125 La realidad irreal
Cuando despierto, la noche aún no cumple su tránsito. He tenido sueños teñidos de paradoja, en uno de los cuales, me veo convertido en un insecto, parecido al de la novela de Kafka. Junto a mi lecho, hay un hombre cuyo rostro no puedo distinguir. Se inclina sobre mí, para exigir que lo acompañe. Como no es mi intención obedecer, salgo volando por la ventana.
126 Asombro
Una paloma se ha detenido en el alféizar de mi ventana. Como quiero capturarla, lanzo una red para cazar mariposas. No me sorprende el hecho de haber atrapado una mariposa.
127 Desafío
He conseguido ser invisible, luego de desearlo por años. Y si no lo creen, traten de hallarme entre las palabras de esta breve historia.
128 Diccionario
A mí, desde siempre, me ha seducido consultar en el diccionario el significado de las palabras. Sin embargo, desde hacía un tiempo, no lograba hallar la palabra ortografía. Hasta sospeché que por esas ironías de la vida, había sido omitida del léxico. Ahora, si preguntaba a alguien la razón, podía pasar por ignorante; entonces, prefería quedar callado. Un día reparé que la buscaba con hache.
129 Pájaros peregrinos
El cielo se tiñó de malos presagios. Una bandada de pájaros en silencioso peregrinar, oscureció el día. Apenas si duró un minuto. En ese sólo minuto, en diversos lugares del orbe se declararon siete guerra, murieron miles de personas por diferentes causas, se inundaron ciudades e incendios voraces arrasaron bosques milenarios.
Quizás la bandada de pájaros no sea culpable de estos hechos calamitosos, pero es el caso, que se produjeron el día de su peregrinaje.
130 El calendario
En Túnez se puede pasar desde la era cristiana, a la judía y a la musulmana, y viceversa, con sólo recorrer los barrios de la ciudad. Es así cómo, para demostrar la complejidad del tiempo, un visitante se puede extraviar entre fechas, meses y días distintos, si se le ocurre quedar en un determinado sitio, bajo alguno de los calendarios de estas tres religiones monoteístas.
Entonces, la ciudad de Túnez no es recomendable para quien ama el orden del tiempo.
131 Siempre blanco
El ciego, provisto de un bastón blanco camina por la acera. “Ese hombre no está ciego”, le comenta un niño a su madre y para demostrar lo que dice, le arrebata el bastón. El ciego se detiene. En su expresión hay signos de sorpresa y pide que le devuelvan el bastón, pues no podría seguir su camino. El niño se lo entrega y el ciego se lamenta que ya no es de color blanco.
132 “Sangre de toro”
Desde hace años bebo vino tinto “Sangre de toro”. Me gusta su aroma, la sensación de suavidad que siento en el paladar y el placer que produce al sorberlo, pues mi garganta se deleita al recibir sus raros atributos. ¿Cómo huir de su embrujo, si día a día una copa de vino está servida en mi mesa y su color y aroma estremecen mis sentidos? Beberlo, es igual a besar a la amada, o tal vez sorber de su boca la saliva gusto a sal, producto del frenesí. Después se abre a nuestro deseo las infinitas variables del amor, y no existe razón para restarse a una aventura de tal magnitud. Al final, uno termina bebiendo en la copa del amor el misterio de la vida.
133 Burlador, burlado
Para burlar a la muerte, le robé la guadaña. Ella nada dijo, pero me susurró al oído que nadie está libre de morir. Ante lo cual, le respondí que la guadaña era indispensable para cumplir el ritual de la muerte. Se puso a reír y me propuso que le mirara el ojo. Ahí estaba impreso mi nombre, en la hoja de una guadaña.
134 Asunto de matemáticas
Insistía hasta la majadería que cinco más cinco no era diez, sino doce. Llevó el asunto al extremo de escribir sesudos tratados sobre la materia. Al fin un matemático de prestigio, le sugirió que se contara los dedos de la mano. El majadero mostró sus manos: tenía seis dedos en cada una.
135 Tulipanes rojos
Apenas vi a la mujer, decidí seguirla, pues me pareció conocida. Bajó por una calle hacia el puerto y salí ansioso detrás de ella. Luego se detuvo por unos instantes a observar cómo el oleaje golpeaba el muelle. Desde ahí se dirigió a una floristería, donde compró tulipanes rojos. Después, su andar se hizo pausado, cuando entró en una calle para encaminarse al sur de la ciudad. Yo, empecé a hacer conjeturas sobre los tulipanes rojos. Podría llevarlos a su madre, enferma en el hospital que hay ahí cerca, o a un amigo recluido en la cárcel, aunque me parecía idiota semejante idea.
La mujer se detuvo por unos segundos en una plazoleta y se sentó en un banco a meditar. Abrazo el ramo de flores, mientras sus ojos húmedos y bellos como la luna, se posaban en la línea del horizonte, como si esperara la aparición de alguien. La escuché musitar una pegajosa canción de amor, en tanto movía la cabeza, empeñada en recordar algo. Me maravillé de las formas de su rostro, el que me resultaba cada vez mas familiar.
Nada de impaciente, la aguardé a lo menos una hora. El tiempo para mí, no tenía importancia, si a cambio podía contemplarla tal si fuese la visión de nuestros sueños más dulces. Quise hablarle, pero un raro temor me paralizó. Se podía desvanecer, huir como un pájaro asustado y acaso me acusaría de atrevido. Decidí aguardar, pues faltaban varias horas para que empezara a oscurecer.
Cuando se puso de pie y vi que se dirigía al cementerio, me aproximé para preguntarle a quien estaban destinados los tulipanes rojos. La mujer me miró sorprendida y respondió que los llevaba para ponerlos en la tumba de su amado, muerto en un naufragio, el cual se parecía mucho a mi.
136 Concierto de oboe
Por años, uno de los cuatro oboes de la orquesta sinfónica de la República del Chaco, participó en infinidad de recitales, pero como no sabía tocar el instrumento, simulaba hacerlo imitando a sus colegas. Nadie había reparado en el hecho, ni siquiera el director. Nuestro músico se las ingeniaba para hacer creer que se trataba de un eximio intérprete. Como había llegado a la orquesta sinfónica recomendado por un general, nadie se atrevió a tomarle el examen de rigor, para conocer sus dotes.
Debido a que el falso músico era de temperamento reservado, nada de envidioso, en cierta oportunidad el director de la orquesta lo quiso premiar, ofreciéndole que interpretara como solista, uno de los conciertos para oboe de Antonio Vivaldi.
“No podría aceptar, por modestia” se defendió el afligido oboe. El director, ante aquella respuesta inusual, insistió. “Si no es usted quien ejecuta a Vivaldi, no habrá concierto”. A causa de este apremio, nuestro oboe cayó en estados de angustia. Apenas si sabía distinguir las notas del pentagrama y el hecho de soplar de verdad el oboe, le parecía una cosa imposible. ¿Cómo resolver la situación?
Hasta aquí llega nuestra historia, pues el oboe afectado no pudo dar con la solución; menos aún yo, que soy el autor de este cuento.
137 Nada de terror
En el cementerio del pueblo, noche a noche, se reunía una pandilla de muchachos a beber. Entre trago y trago insultaban a los muertos y amenazaban con violar sus tumbas, por el único gusto de perturbar su legítimo derecho a la paz eterna.
Los muertos, cansados de ser objeto de hostigamiento, decidieron actuar. Suponían que si les daban un susto a los pandilleros, haciendo de fantasmas por ejemplo, estos se iban a reír hasta caer desvanecidos, de acuerdo a su condición de herejes y redomados incrédulos. Para alejarlos, había que inventar algo distinto.
Un muerto centenario, cuyo esqueleto arrastraba de manera penosa, propuso envenar el licor de los intrusos. Ante semejante proposición, los muertos se opusieron. El cementerio iba a aumentar su dote de habitantes con personas indeseables, y la idea no pasaba por esa solución. Una dama de apellidos ilustres, que había muerto baleada por un marido celoso, propuso escribir a las autoridades encargadas de los cementerios, haciéndole ver esta anómalía. “Si a los vivos las autoridades no le hacen caso, menos lo harán con los muertos”, fue la respuesta unánime.
“Escribámosle al alcalde del pueblo, planteándole nuestro desamparo. El, es el único que nos escuchará”, habló un señor de discurso patriótico, quien había sido en vida un destacado tribuno del Partido Conservador.
La carta le fue remitida al alcalde, donde le hacían ver la irregularidad que significa que una pandilla de jóvenes se instalara en el cementerio a cometer desmanes. El alcalde no tardó en trasladarse al cementerio, justo cuando llovía a mares. Ahí encontró a los pandilleros entregados a una suerte de fiesta mundana, aunque permanecían en un recinto donde es de obligado recogimiento.
Le habló a los jóvenes al corazón y les comentó que ellos algún día se iban a morir, y por cierto les gustaría permanecer en paz, a la espera de la resurrección del día del Juicio Final. Después, les prometió apoyo si querían realizar otras actividades recreativas. “A nosotros nos gusta molestar a los muertos, porque son los únicos que miran al cielo y están pendientes del futuro, y a nosotros todo esto nos molesta. El alcalde regresó a su casa dominado por el deseo de ser otro muerto.